La Misión

Día 2. Con el Sol

25 de Diciembre de 1938

Cerró los dedos entorno a su cuello, un cuello más bien delgado y tibio. Podía sentir bajo las yemas de los dedos el pulso de su corazón cada vez más acelerado. Steve levantó los brazos, sus manos intentaron apartar las de él, tirando de sus muñecas, pero no tenía la fuerza para hacerlo. Boqueó por aire un par de veces. Y su voz enronquecida logró salir, casi, por mero milagro.

—Bucky—dijo—Soy yo, Steve.

—No—dijo él y cerró un poco más su agarre—. Eres mi misión.

Steve no dijo nada, estiró uno de sus brazos, las yemas de sus dedos tocaron la mejilla de Bucky y sus ojos brillantes por las lágrimas lo miraron sin odio. Parecía decirle "Está bien, Bucky, no importa". Era la primera vez que una víctima, un objetivo, lo miraba de esa forma: aceptando su muerte y perdonándole al mismo tiempo.

Los últimos estertores de Steve se escucharon como un par de largos e inestables suspiros. Después, se quedó quieto, su mano cayó pesadamente sobre el colchón, pero sus ojos... sus ojos seguían mirándolo. Unos ojos hermosos oscurecidos, sin vida, sin luz...

Fue entonces que despertó.

Dio un salto en la cama, de alguna manera se había quedado dormido a un lado de Steve cuan largo era. Jadeó completamente horrorizado, el sudor le helaba la espalda y un temblor lo sacudió una y otra vez. Sabía que Steve estaba a su derecha, lo sabía, pero no quería mirar, no se atrevía a mirar. ¿Y si el sueño, no había sido un sueño? Una vez más, como cada vez que las pesadillas lo inundaban, se encogió en sí mismo, hundió la cabeza entre sus rodillas y se balanceó adelante y atrás desconsolado.

Él era el Soldado del invierno, era un asesino que sólo asomaba la cabeza para teñir de rojo sus manos. Steve no estaba a salvo con él. No importaba lo mucho que lograba afectarlo, lo mucho que lograba sanarlo con sólo estar ahí, a su lado. Tarde o temprano, quizás, Bucky, perdería el control de sí mismo, volvería a olvidar quién era y entonces...

—Bucky—se sobresaltó cuando sintió un suave toque en su hombro—¿Estás bien?

El soldado del invierno levantó la vista y giró el rostro para comprobar que Steve seguía vivo. Suspiró. Sintió un gran alivio inundándole el cuerpo, todo su ser se estremeció de alegría y lloró al tiempo que abrazaba el cuerpo de Steve. También, lo besó. Lo besó porque a través del calor de su boca podía comprobar, una vez más, que estaba vivo.

Volvió a quedarse dormido, sin reparar en tener sueño. En brazos de Steve se sentía tan a salvo, tan protegido, tan él mismo, que podía relajarse y caer dormido profundamente y sin sueños.

—¡¡FELIZ NAVIDAD, BUCKY!!

Despertó cuándo Steve lo sacudió con ese grito de guerra. Frunció el ceño al abrir los ojos, el Sol le dio en la cara y tuvo que parpadear un par de veces para poder ver bien. Steve brincó en la cama, como para obligarlo a levantarse.

—Ya, ya... para ya—lo tomó del tobillo y tiró de él. Sin oponer resistencia, Steve cayó de espaldas sobre el colchón, rió un rato así, con la cara hacia el techo y al revés en la cama, es decir, con los pies sobre las almohadas.

Bucky aprovechó para sentarse en el colchón e intentar despertar. Observó a Steve por unos instantes antes de inclinarse sobre él y callar su risa cubriendo su boca con la propia. La risa se ahogó en su garganta y se transformó en un sonido un tanto diferente.

—¿Ese es mi regalo de Navidad?—preguntó Steve con el rostro enrojecido cuando Bucky se incorporó.

—¿Aun tienes fiebre?—Bucky le tocó la frente, pero para su sorpresa, estaba fresca.