Capítulo II. De la pequeña

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  • Dedicado a Javiera Miranda
                                    

Respuestas al final!!!..

Anabella.

La hermana pequeña de Liz Una de las amigas que había tenido en A-Nea y que ahora podía recordar, me miraba con una gran sonrisa enseñando sus dientes blancos y diminutos.

Sequé las pocas lágrimas que quedaban en mis ojos y luego pregunté: - Ana ¿Qué haces aquí? -

Ella levantó sus manitos y ensalzó sus palabras - ¡Buscar!, ¡buscar!, ¡buscar! Y encontrar – dijo señalándome al final.

- ¿Me estabas buscando? – le pregunté.

- Buscando “Fía” – contestó alegre.

¿Por qué a mi? Por qué no a Liz? Si yo hubiera sido esta pequeña a quién buscaría primero serían a mis padres o a mi hermana mayor, alguien de plena confianza y que pudiera cuidarme… Además ¿cómo sabía que yo estaría precisamente aquí, en el cementerio? De todos los lugares en donde alguien pudiera buscarme este era el último. No había venido hacía más de un año. Le miré de soslayo un momento intentando asimilarlo.

- ¿Me buscabas a mi?

Ella afirmó sin dejar de sonreír.

Esto era tan extraño. Haber recordado todo lo que había vivido en A-Nea tan rápido y todo gracias a esta pequeña niña que jugueteaba con las pequeñas Nomeovides que estaban junto a la tumba de mis padres.

- Ana – la llamé y esperé a que dejara de jugar y me mirara – Ana, ¿dónde están tus padres?

- No padres.

- ¿Te escapaste de algún internado?

- Ana aquí, aquí – respondió sonriente – Ana aquí, sola.

- ¿Sola? – di un respingo al entender realmente lo que significaba - ¿Estuviste sola todo el día? ¿Aquí?

Ella asintió.

Empalidecí.

¿Qué…?  ¡Pero si es tan sólo una niña pequeña! Aunque tenga la apariencia de unos cuatro años, ella no tiene más que tres. ¿Ha estado deambulando por un cementerio toda la mañana sin que nadie se de cuenta?

¿Qué clase de seguridad hay en estos lugares?

Debía asimilar la información recientemente adquirida pero no quería hacerlo en un lugar como este.

Intenté arreglarme un poco y luego me levanté sacudiendo las pequeñas hojas que habían quedado prendadas a mis jeans, luego así la mano de la niña.

- Vamos pequeña –

Caminamos juntas hasta la entrada del cementerio y pensé qué hubiera pasado si yo hubiera despertado en un lugar como este. Sentí un escalofrío y agradecí que la niña fuera suficientemente pequeña para que no le molestara este hecho. En un cementerio sola… Me subió un estremecimiento por la espalda.

Llegar al aparcamiento donde me esperaba mi chófer, con una niña pequeña, produjo un cierto contratiempo, sin embargo mi cabeza deambulaba en otras cosas por lo que no presté mucha atención a la desaprobación que hizo cuando hice subir a la niña al auto.

Mi cabeza estaba a kilómetros de allí, probablemente a miles de ellos porque no sabía a ciencia cierta donde quedaría el pueblo de A-Nea. Quizás los mismo kilómetros que me separaban de mis amigos, que ahora no recordaban absolutamente nada. Ni siquiera mi propio novio lo hacía.

¿Qué haría ahora? Era cierto que había recuperado la memoria pero ¿de qué servía? Lo único que me habían traído estos nuevos recuerdos era anhelar lo que ya no tenía a mi lado… Recordar la pérdida de Lito, por ejemplo. Ni siquiera le dimos una sepultura apropiada… ¿Estará su cuerpo en la hierba tal cual le dejamos ese día?

El Legado de A-Nea - A-Nea IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora