Cambios

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Después de aquel día Deidara prácticamente se había mudado a la habitación de Itachi y Gaara en su intento de escapar de Lee, había hecho lo mismo junto con su niña yendo a la habitación de Sai.
Lee no estaba feliz, se moría de celos al saber a Gaara con otro, así como le había dicho Naruto, tarde, pero él se había dado cuenta de que seguía queriendo a Gaara, no es que no amase a Sakura, a ella también la quería pero no se sentía preparado para renunciar al pelirrojo.
Había intentado por todos los medios de hablar con él pero le había sido imposible, Gaara se había encerrado en aquella habitación, esa que aún no conseguía averiguaba a quien le pertenecía, nadie le había dicho quien era él que estaba ahí.

Un tarde, al cumplir la primera semana de su llegada había interceptado a Deidara en el pasillo, le había exigido que le dijera quien era el chico de aquella habitación y este sólo le había respondido con una estruendosa carcajada y un "muérete de celos, Lee".
Había empezado a sospechar que allí no había nadie y que sólo lo hacían para molestarlo y entonces recordaba aquella voz que había llamado a Gaara "su cerecita" realmente ardía de celos, le amargaba el estomago sólo pensarlo.

A la segunda semana Naruto había vuelto a llevar a Sasuke a la habitación de su hermano, cada vez era más frecuente y aquel día, el azabache había querido agradecerle al kyaby todas sus atenciones y le había besado con toda la intención en los labios. Lo que pretendía ser un dulce roce de labios terminó en un apasionado beso contra la pared de su habitación, ninguno podía resistirse a la atracción que sentía el uno por el otro.
Naruto había tomado al menor en sus brazos alzándolo en su cintura. Sasuke para sujetarse había enrollado sus piernas en la cintura del rubio tirando con su mano de sus cabellos haciendo más demandante aquel beso.

- Hacía tanto que quería hacer esto –dijo Naruto a sus labios
- Yo también –respondió el menor apenado al darse cuenta de la posición en la que estaba.
- Sasuke ¿qué me has hecho? –preguntó más para si mismo, obteniendo por respuesta una sonrisa apenada de el chico.

Y esos besos continuaron, ninguno volvió a hablar sobre ello pero aun así cada vez que se veían, o que Naruto lo iba a visitar, terminaban uno encima del otro, conociendo sus cavidades bucales y otras áreas de sus cuerpos. Esa noche casi tres semanas después Naruto no había podido evitar el impulso y había llegado a aquella habitación, había abierto con sigilo, entrado con cautela y observado con deseo aquel cuerpo que le había gustado desde el primer día en que lo vio, quería regañarse y reclamarse a si mismo que estaba mal dejarse llevar pero... ese chico realmente le gustaba.

Sasuke despertó y vio a Naruto allí parado frente a su cama mirándolo con dulzura, no sabía como reaccionar y se acomodo en la cama, se sentó y le sonrió invitándolo a sentarse.

- ¿Qué te pasa? –le preguntó
- No puedo dormir –respondió el rubio
- ¿Algo te preocupa? –inquirió abrazándole por la espalda
- Muchas cosas –soltó sin pensar
- ¿Tiene solución? –Preguntó Sasuke en su oído
- Eso creo
- Entonces no te preocupes, no ganas nada con eso –le dijo apoyándose en su espalda –si tiene solución para que te preocupas y si no la tiene y lo sabes para qué te preocupas, dice un dicho
- Para nada verdad –el menor asintió en su espalda, sonriéndole dulcemente.

Sasuke regresó a la almohada, y le señaló con la mano el espacio que dejo a su lado, Naruto se acostó al lado de él y por primera vez durmieron juntos haciéndose compañía el uno al otro.
A la mañana siguiente el primero en levantarse fue Naruto y al ver al otro abrazado a si, no pudo evitar mostrar una enorme sonrisa, cualquiera diría que no había pasado nada pero el discutiría eso fervientemente, el había hecho el amor con aquel muchacho aquella noche, todas esas frases de aliento, esos besos y caricias que habían compartido, si eso no era amor, que alguien le deje claro que otra cosa podía ser.
Le besó en la mejilla y luego en los labios y se retiró sin despertarlo, se sentía como en una nube y sentía que nada podía arruinar ese día, nada excepto el rostro afligido de su querido hermano, que estaba sentado llorando en un sillón de su despacho.

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