Capítulo 10

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Capítulo 10

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Capítulo 10

Cuando Zoey salió del cuarto con su mochila al hombro, Zack apenas si le dirigió una mirada furibunda. Ambos pares de ojos, enfurecidos, se cruzaron durante segundos, justo antes de que ella cerrara la puerta de un portazo. La única razón por la que se sentía segura saliendo así sin él era por el bendito escudo que Zack empleaba cuando no la seguía.

Y eso no quería decir que no siguiera enfadada con él.

No se habían hablado nada en esos dos días y parecía que ninguno iba a dar el brazo a torcer. Ella nunca imaginó que el chico pudiera ser tan terco, pero no iba a hacerle caso a sus caprichos y acusaciones.

Era hora de ocuparse de otros asuntos. Había quedado con sus padres para un almuerzo de despedida. Tenía que enfocarse en ellos y en dejarlos tranquilos de una vez por todas. Su madre tenía fama de ser histérica de corazón y a Zoey le quedaba apelar a la lógica de su padre.

Puso los ojos en blanco cuando los vio en la rotonda del colegio. Justamente, su mamá estaba casi brincando en su lugar, como si quisiera secuestrar a su hija y abandonar el país.

Papá Scott, en cambio, sonreía suavemente, como si no se diera cuenta de lo insoportable que se estaba poniendo su mujer.

—Mamá, ¿quieres calmarte? —preguntó, deteniéndose frente a ellos—. La gente pensará que tengo una familia extraña.

—¿Y eso es lo único que te preocupa? —exclamó la señora Scott, lanzándose sobre ella y besándole la cabeza un sinfín de veces—. ¡Creí que jamás volvería a verte!

—Oh, por Dios...

—Hija, tienes que entender que hemos estado preocupados.

Zoey apartó a su madre de un manotazo y se dirigió a su padre con seriedad.

—Punto número uno. Lo de Zack fue un accidente. No soy tan estúpida como para ir a jugar al lado de una maquina vieja, y menos después de todo esto. Punto número dos, lo de la flecha en el bus fue raro, pero algo de uno en un millón. ¿Qué creen? ¿Qué hay un loco asechando al colegio?

—¡SI! —gritó la señora Scott—. ¿Cómo es que no entiendes eso?

Zoey prefirió callarse la boca y poner los ojos en blanco. Su padre la imitó.

Bueno, tal vez sí había un loco asechando a los alumnos, pero su madre no tenía forma de saber, ¿o sí? La miró a la cara y estudió su expresión convulsionada.

«Nah».

Se subió al auto y siguió con los labios apretados hasta que se detuvieron en el restaurante de mejor fama. El pequeño pueblito tenía su turismo. Había una gran catedral a la que muchos peregrinos concurrían en fiestas cristianas, lo que le proporcionaba a la ciudad una gran entrada de dinero. Había pequeños restaurantes en las esquinas y estaba repleto tiendas de santería. Los fines de semana la plaza principal se llenaba de puestos ambulantes que vendían manualidades a los visitantes.

El dije [en Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora