Prólogo

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Lluvia de pensamientos constante... ¿cuánto tiempo seguirá de esa manera? Me queda un año, un año para decidir lo que haré en mi destino... La universidad, está tan cerca de mí que me es difícil creerlo, aún recuerdo cuando era una simple niñita que jugaba a salvar el mundo y vivía en un universo lleno de castillos, príncipes y princesas. Es posible que aenas a estas alturas me doy dando cuenta de cómo son las cosas en realidad, muchas dudas surgen en mi cabeza... ¿podré superarlo? La presión se vuelve bastante llevadera, y las cosas están fluyendo de una manera extraña.

Toda mi vida he estado perdiendo el tiempo tras un chico que no ve en mí más que amistad, como a una compañera de trabajo. La verdad es que no me duele demasiado la situación de mi amor no correspondido, pues entiendo que Amu es una chica simpática, y de una u otra manera iba a conseguir que él cayera a sus pies, ¡Como a todos los demás chicos del instituto!

Me pregunto qué será de su vida ya que nos graduemos. Sea como sea, aunque me haya quitado la posibilidad de estar junto al delegado por todo este tiempo, no le guardo rencor. A pesar de todo esto, ella ni siquiera se ha dado cuenta de lo que él siente por ella, y de alguna manera esa inocencia que se carga encima da ternura. Me extrañaría que él no cayera rendido a sus pies; incluso yo, si fuera un chico, me fijaría sin duda alguna en ella.

Debo elegir la carrera que escogeré en mi vida y pensar en las opciones académicas que están a mi alcance, y para colmo creo que estoy enloqueciendo al ver que todo está saliendo sin control alguno. Ahora solo necesito escapar de aquí, darme cuenta de qué está pasando conmigo para así poder...

—¡¡Melody!! —gritó Farrés, y al mismo tiempo todos volteaban hacia mí, mirándome como si fuera un bicho raro. Me sonrojé un poco y bajé la cabeza.

—¿Sí? —fue lo único que conseguí responder.

—Explícame qué era lo que estaba diciendo.

Se veía bastante convencido, y era la primera vez que me hablaba de esa manera.

—¿El teorema de Pitágoras? —respondí, nerviosa con la mente en blanco.

—No tienes que ponerte así, tranquila. Entonces continúo diciéndoles que...

Volví a recargar la cabeza sobre la palma de la mano, suspirando y seguí adentrándome en mis pensamientos.

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