Dos

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Su corto cabello se veía reflejado en la ventana. Su reflejo quedaba intercalado junto a las bellas imágenes que les proporcionaba el planeta e. Tonos verdes, azules y blancos se mezclaban con el castaño oscuro y el pálido de su piel. ¿Qué nombre otorgarían a aquel bello planeta? Jamás sería la Tierra, nunca. La Tierra era única, como todo lo demás y había desaparecido para siempre.

—¿Observando su nueva casa, comandante? —Lizzy reconoció esa voz, era el gobernador.

—Sí, estaba pensando que... Que la humanidad jamás volverá a ser la misma. Las nuevas generaciones se criarán con cosas muy distintas a nosotros. No tendrán deseos de ver un partido de béisbol o de ver las cataratas del Niágara... Ellos no comprenderán por qué sus padres se apegan tanto a la Tierra.

—Tiene usted razón, nuestros hijos no conocerán jamás lo que hemos visto... Es una pena, ¿no cree? Pero al menos seguiremos siendo humanos, eso es algo que no podemos perder. La humanidad es la única cosa que nos queda cuando no tenemos nada.

El gobernador se marchó dejando aquellas profundas palabras en el aire. Amber sintió como si la gravedad artificial se hubiese hecho más pesada, como si el aire fuese más denso. Cerró los ojos y no se dejó llevar por aquellos sentimientos tan contradictorios que surgían de su corazón. Sin pensar demasiado posó su mano sobre el cristal mientras se permitía soltar algunas lágrimas. En ese mismo instante, vio una luz al otro lado del cristal. La luz adoptaba una forma humana y colocaba su mano de forma paralela a la suya al otro lado del cristal. La comandante soltó un pequeño grito. Al instante, dos oficiales se acercaron a ella asustados.

—¡Comandante! ¿Se encuentra bien? —preguntó un joven.

—Sí, solo... Solo necesito descansar un poco.

—Le acompañaré a su camarote. —se ofreció la chica con el rango de teniente.

—Gracias.

Caminaron por los pasillos con lentitud. Lizzy no era capaz de comprender aquéllo que le pasaba. Esa luz al otro lado del cristal, ¿qué era? Posiblemente estaba demasiado cansada por culpa de las emociones que se mezclaban en su interior. Necesitaba descansar. Se tumbó sobre la cama mirando al techo. Dudaba que fuese capaz de dormirse, pero tendría que intentarlo.

* * *

Se encontraba entre dos paredes negras que se alzaban hasta el infinito. Un camino blanco se extendía hacia el horizonte. Parecía no tener fin ni tampoco inicio. Frente a ella, la misma niña de facciones perfectas. La niña la tenía asida con su manita.

—¡Vamos! ¡Tenemos que correr! —exclamó la chiquilla.

—¿Adónde? ¿Por qué?

—¡Corre!

Amber pudo comprobar cómo las paredes iban desapareciendo tras de sí. Empezó a correr cogida a la niña. El camino llegó a su fin, bajo ellas se extendía un vacío decorado con pequeños puntitos luminosos: estrellas. El vacío espacial. La niña saltó sin dudarlo después de exclamar:  

—¡Salta!

La comandante no pudo hacerlo. Si saltaba moriría en el espacio. Observó a la niña, su cuerpo se alejaba y su vestido luminoso iba perdiendo el brillo. El aire empezó a hacerse espeso. Cada vez podía respirar con más dificultad. Entonces, un terrible silencio lo invadió todo. Amber sintió cómo sus cuerdas vocales vibraban, pero no había emitido ningún grito. El espacio la succionó con tanta rapidez que no tuvo tiempo de pensar qué le había ocurrido.  

La niña flotaba en la ingravidez con tanta gracia que parecía poder controlar sus movimientos. Lizzy sabía que, al no haber fricción acabaría flotando en el espacio hasta morir, moviéndose hacia las estrellas. Tras unos instantes con los ojos cerrados, comprobó que podía respirar perfectamente y que no estaba girando en dirección a la nada. La niña la sostenía con una de sus pulcras manos.

—¿Ves? Todo está bien. No debes preocuparte. —Lizzy pudo escuchar las palabras de la niña, pero sus labios no se movían—.  Mira. —la niña señaló una esfera en el espacio.

Aquella esfera, moteada de verde, azul y blanco, era el planeta e. Planeta sobre el cual orbitaban. Amber quiso preguntar qué debía mirar, pero sus labios y su garganta se movieron sin pronunciar ni un solo ruido.

—La voz no existe en el espacio. —le recordó la chiquilla—. Allí está la vida.

¿El planeta e de Trappist-1 está habitado? Intentó preguntar la comandante. Pero todo su alrededor se desvaneció y el sueño se marchó tal y como había llegado. Amber cogió todo el aire que pudo para después darse cuenta de que se encontraba en su habitación. Desde la ventana, el planeta la saludaba con picardía. De repente, como si hubiese estado programada, sintió una terrible necesidad de bajar a ese planeta. Activó el chat entre tripulantes y se puso en contacto con el piloto:

"LizzyAmber: Jim, tenemos que bajar al planeta."

Por unos instantes, Goldman no contestó, posiblemente aún estaba dormido.

"JimGoldman: ¿Pero qué dices? Son casi las 4.30 am..."

"LizzyAmber: Es una corazonada, creo que es la única manera de averiguar de dónde proviene la señal." En su interior, sabía que aquellos sueños no eran ocasionales. Quien fuera que viviese en el planeta estaba intentando comunicarse con ella.

"JimGoldman: Comandante, no me parece buena idea. Imagínate que son hostiles..."

"LizzyAmber: No lo son, estoy totalmente segura. Además, no se ven estructuras de ciudades desde aquí. Creo que no son 'ellos', sino uno solo."

"JimGoldman: ¿Y crees todo eso solo porque no se ven estructuras? Podrían tener escudos de ocultamiento, ya sabes, a lo Klingon..."

"LizzyAmber: No estoy hablando en broma, esto es muy serio. Prepárate: mañana bajamos al planeta."

"JimGoldman: Duerme un poco, no te hará ningún daño. Yo que había conseguido dormirme..."

"LizzyAmber: Hasta mañana."

Sweet Home | 6º puesto en Concursos Sci-FiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora