Cuatro

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—¿Qué estás diciendo? —preguntó Jim realmente extrañado al escuchar aquello que su comandante acababa de decir.

—Últimamente he tenido sueños extraños. Una niña, una niña me hablaba. Me decía que era vida...

Todos contuvieron la respiración al ver como un haz de luz se acercaba a ellos. Amber extendió la mano y dejó que la luz le rodease el brazo. Observaba con sorpresa como la luz parecía estrecharle la mano. No podía creer que por fin pudiese comunicarse directamente con la niña de sus sueños. La luz le rodeó el cuerpo. Al instante, los soldados y demás oficiales dirigieron sus mirillas a la luz.

—Tranquilos, no disparéis. —la voz de Lizzy estaba muy calmada—. Ella no quiere hacerme daño.

—¿Ella? —los ojos del gobernador estaban desorbitados—. ¿Cómo sabe que es 'ella'?

—Lo sabe simplemente. —la explicación de Goldman no convenció al gobernador, pero consiguió tranquilizarle levemente.

La luz hizo levitar a la comandante y la llevó directamente  hacia la zona donde la gran masa de luz palpitaba regularmente. Lizzy había contenido la respiración y al llegar cogió tanto aire como pudo. No podía sostenerse sobre sus piernas de la emoción. La luz palpitaba a su alrededor en absoluto silencio. Se levantó y posó su mano sobre la parte más exterior de la luz. Emitía calor de manera alternativa y no podía describir el tacto de aquello. Hizo el mismo gesto con la otra mano y sintió una punzada que le recorría todo el cuerpo, pero no era una punzada de dolor, era un sentimiento extraño.

Frente a ella estaba la niña de facciones perfectas. Ahora era real, no un simple sueño. Se agachó para estar a la altura de la chiquilla y observó su rostro. Así de cerca era capaz de distinguir sus rasgos. No podía ser. Era muy similar a las fotografías que Amber guardaba de su infancia. La vida había adoptado su rostro. Pero aquel rostro era tierno e inmaculado, ingenuo e inocente. Era simplemente perfecto.

—Eres tú... La niña de mis sueños. —susurró la mujer atónita.

—Nunca había encontrado a nadie como vosotros, los humanos. Sois diferentes... —su voz era suave e infantil, con una leve reverberación que coincidía con las palpitaciones de la luz. 

—¿Nunca? ¿No había más como tú antes? —la niña sacudió la cabeza haciendo ondular sus castaños cabellos.

—Soy vida, pero estoy sola. Hasta que llegaste tú, otra vida.

—¿Y los animales? Ellos también son vida.

—Ellos son yo y yo soy ellos. Somos una única vida. —la niña se tambaleó un poco, Lizzy la agarró de las manos—. ¿Quiénes sois los humanos? ¿Por qué estáis aquí? ¿Cómo habéis llegado?

—Provenimos del planeta Tierra, llegamos con nuestra nave: la Sweet Home. Estamos aquí porque necesitamos un nuevo hogar. La Tierra fue destruida y no tenemos adónde ir... —explicó Amber con lágrimas en los ojos.

—¿Por qué fue destruida la Tierra?

—Había superpoblación y los recursos estaban sobreexplotados. Los humanos no supimos administrar bien nuestro planeta y acabó colapsándose.

—Ellos no lo saben. —la niña señaló a las montañas donde se podían distinguir unos puntos blancos, los miembros de la expedición—. ¿Por qué?

—No se lo podía decir... —Amber empezó a llorar—. Nuestra misión era encontrar el nuevo mundo y no podía dejar que se distrajesen. —los sollozos hacían que la comandante fuese difícil de entender—. ¿Tú enviaste esa señal, no es así?

—Fui yo. Quería saber qué eráis. —la joven volvió a tambalearse—. Pero no podéis quedaros aquí. Si lo hacéis, moriréis.

—¿Por qué dices eso? —las lágrimas aún se resbalaban por las mejillas de la comandante.

—Hace tiempo que estoy muriendo. No sé qué me ocurre... He intentado mantenerme con vida, pero cada vez pierdo más energía...

* * *

La comandante volvió al lugar donde aún se encontraban sus subordinados y el gobernador. Todos la miraron atónitos. No daban crédito a aquello que sus ojos acababan de ver. Era increíble. Lizzy Amber había mantenido la primera conversación con la vida inteligente de ese planeta. La luz que había llevado a Amber de nuevo hacia la colina, se transformó en la forma infantil que Amber había conocido. La exobióloga soltó un chillido en el que se podía distinguir una mezcla de ilusión y terror al mismo tiempo.

—Ella es la vida de este planeta. —explicó Lizzy al ver que nadie reaccionaba.

—¿Una niña? —preguntó el gobernador.

—No, he adoptado la forma de lo que llamáis 'niña' para que podáis comprenderme. Los humanos sois... Sois muy distintos a lo que conozco...

Al oír la voz de la pequeña todos se sobresaltaron. Lizzy les explicó qué ocurría con el planeta. Los científicos empezaron a formular hipótesis complicadas. Necesitaban la tecnología de la nave para analizar el planeta y así conseguir averiguar qué ocurría. Jim decidió hablar a solas con la comandante.

—Lizzy, no le debemos nada a este planeta. ¿Y si nuestros científicos no son capaces de averiguar qué le ocurre? Tendríamos que marcharnos, volver a la Tierra.

—Jim, es un ser vivo, no podemos dejar que muera.

—Qué más da. A lo mejor los científicos tardan más de lo que podría aguantar el planeta. Volvamos a la Tierra. Ese es nuestro hogar, no este planeta. —razonó el piloto.

—No lo entiendes, no podemos volver. —las lágrimas brotaban de sus ojos sin ser detenidas.

—¿Por qué? ¿Porque tú lo dices? —Goldman golpeó la pared de la nave—. No, comandante. No pienso quedarme en este plane...  

—¡Jim! No podemos volver a la Tierra. No podemos. La Tierra ha sido destruida.

Jim abrió los ojos como platos y sin saber que decir se alejó de la comandante. Todo este tiempo, creyendo que la Tierra seguía ahí, que les esperarían después de tanto tiempo. Que aguantaría todos esos años de viaje. Ochenta años de ida y ochenta de vuelta. Qué ingenuo. Y su comandante le había mentido descaradamente.

—¡Ostras, Lizzy! ¿Por qué no me lo dijiste?

—No podía, os necesitaba concentrados para vuestra misión. Solo ella nos puede salvar ahora. 

Sweet Home | 6º puesto en Concursos Sci-FiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora