7. Demostrar emociones que no sientes es algo rentable en este mundo

566 8 0
                                    


El Sr. Martín entró en el quirófano a las once de la mañana. A la una vino una enfermera para comentarme que toda ira bien. Me sentí tranquilo. Tan sólo faltaban seis horas más de vigilia.

Mis padres habían ido a comer algo, así que estaba solo en aquella habitación; el lado del cuarto del Sr. Martín me seducía y me llamaba poderosamente.

Quería saber quién era aquel hombre gigantesco por el que esperaba con anhelo. Creo que fue la primera vez en mi vida que investigué.

En esa ocasión no era el cuarto de un niño ni de un adolescente lo que allanaba, pero la adrenalina de rebuscar entre los objetos de otra persona fue igual de intensa. Eso nunca cambia, ese placer siempre se te mete en el cuerpo porque es muy potente encontrar objetos que desconoces.

Además, creo que estaba en mi derecho. Estaba esperando por él, así que, como mínimo, debía conocerlo.

Abrí el cajón de su mesita. Ya sabéis lo que opino de esos cajones...

Había allí un montón de cartas, una pequeña libreta y numerosas fotografías polaroid. Para mí todo aquello era como de otra época.

Observé las fotos. En ellas había retratados numerosos faros.

Faros de distintas medidas y tamaños. Pero, a diferencias de lo que podáis estar pensando, no estaban tomadas desde tierra, ni tan siquiera salía él en ellas.

Estaban tomadas desde un barco o desde el mar. Siempre se veía parte de un mástil o una proa o una popa y, de fondo, el inmenso faro. Además, casi todas las instantáneas eran nocturnas y el faro estaba captado en movimiento.

En ninguna había rastro de personas...

Faros y trozos de barcos... Barcos y trozos de faros. Había casi quinientas; las observé detenidamente... Tenía tiempo de sobra.

Vi que detrás de cada una de ellas había una fecha y una palabra. Eran adjetivos que no parecía que hicieran referencia ni a las características del faro ni a la hora que habían sido tomadas.... Yo estaba casi seguro de que hablaban de él, del Sr. Martín.

Se titulaban: <<triste>>, <<enamorado>>, <<añorado>>, <<infiel>>, <<alejado>>, <<sólo>> y una que me impactó enormemente <<afortunado<<.... Ese adjetivo aparecía en casi diez o doce fotos. Creo recordar que fue la primera vez que vi escrita esa palabra en un papel. En mi mundo la gente no era afortunada, y mucho menos sele ocurriría escribirlo en tinta para que quedase constancia para siempre.

Cuatro horas más tarde volvió la enfermera y me dijo que ya le habían quitado un pulmón y todo iba bien. La enfermera me soltó <<Tu amigo es un hombre afortunado>>

Yo sonreí. Ya lo sabía. Lo estaba descubriendo en sus pertenencias... Me daba cuenta de que era un luchador implacable, lo notaba en su letra.

Mi padre siempre me había aconsejado que tuviera buena letra, porque es la forma que tienes de demostrar a los demás que eres de fiar.

Creo que poseo una letra de fiar, de la que mi padre estaría muy orgulloso. No sé si lo estaría tanto si supiera que me gano la vida revolviendo objetos de desconocidos. Pero eso tampoco lo sabré nunca...

También encontré numerosas cartas en su mesita. Dentro de cada una había una sucesión de números. Números que carecían de sentido. El 12, el 36, el 9, el 7, el 2... Iban cambiando sin ton ni son.

En cada una de esas cartas había cientos de hojas con números y finalmente, en la última cuartilla había dos números en grande. Cada sobre llevaba el nombre de una ciudad.

Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven. Albert EspinosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora