12. Todo lo que antes había sido amor

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-Abróchese el cinturón

Aquella azafata que se preocupaba tanto por mi seguridad me apartó del recuerdo del hombre que poseía mi felicidad eterna.

Seguridad versus felicidad. En mi mano conservaba el faro de plata redondeado en forma de monóculo.

Aquella vez, mis súplicas habían conseguido el objetivo deseado; o quizá simplemente aquel guardia de seguridad había sentido empatía por mi historia porque también conoció a un Sr. Martín en su vida.

Lo que no logré fue desprenderme de su olor; después de aquella victoria no podía pedirle otro favor. Su fragancia estaba ahora encima de mi cabeza y podía percibirla.

Pensé que no perderla era una señal de que no era todavía el momento...

Apreté con fuerza el faro como en su día había apretado la mano del Sr. Martín.

Decidí que era hora de trabajar, Debía ocuparme de un niño desaparecido. En menos de dos horas su padre querría hacerme un montón de preguntas y para eso antes yo necesitaba tener unas cuantas respuestas.

De camino a la pista de despegue, activé el correo electrónico de mi móvil y entro rápidamente el dossier que el padre me había enviado.

Sonreí. La tecnología todavía me fascina.

-Debe apagar el móvil.

Los policías disfrazados de azafatas también me fascinan.

Yo necesitaba ver el rostro del niño desaparecido antes de despegar; me ayudaría mucho, pero aquella mujer no se apartaba de mí.

Quería ver su cara porque sabía que conectaría más con él. Siempre empatizaba con los chavales desaparecidos en cuanto les veía el rostro... Y es que entonces recordaba el mío propio cuando me fugué, y todo aquello me aportaba fuerza para la búsqueda.

Volví a pensar en la frase de George sobre perderse de pequeño para evitar perderse de mayor. En estos instantes de mi vida no estaba muy de acuerdo con aquella sentencia. Yo me había perdido de pequeño y ahora estaba totalmente perdido de mayor.

Apagué el móvil.

La azafata se marchó feliz tras su pequeña gran victoria.

Estábamos a punto de despegar. Inconscientemente, me palpé el bolsillo interior de mi americana. Siempre lo hacía antes de comenzar un viaje en coche, barco o avión.

Sentí alivio al notar el pequeño saquito negro donde llevaba mis dos anillos.

Uno era el de mi padre. Se lo quité el día del entierro.

Jamás me lo había puesto. Mi padre se llama Mikel, en el anillo tan sólo quedaba grabado <<mi>>, el <<kel>> se había borrado con los años.

Ese <<mi>> significaba muchas cosas... Mi padre, mi destino, mi anillo, mi fuerza... Mi...

Aunque yo todavía no era digno de él... Cuando él llevaba puesto el <<mi>>, ese anillo hasta brillaba porque poseía una fuerza increíble...

El otro anillo que llevaba era el que ella me había regalado el día que me quiso al máximo. Sé que es difícil de creer que yo sepa cuál fue el día exacto que me quiso hasta el nivel más alto.

Pero os juro que cuando acaba una relación, puedes llegar a saber cuál fue ese día. Lo notas... lo presientes...

Supongo que cuando recorres el trayecto, ver los altos y los bajos es imposible, pero cuando la carrera acaba puedes percibirlos claramente.

Sé que os debo todavía explicar mi relación. Os lo prometí. Debo hablaros de ella, de cómo la conocí, de cómo me cautivó, de cuántos errores cometí del porqué los hice y de cómo ellos habían acabado con todo lo que antes había sido amor. Todo lo que antes había sido amor...

George me dijo una vez que es imposible entender una relación si no has visto a una pareja discutir, amarse y dormir junta.

Discutir, amar y dormir...

El avión despegó y apreté con fuerza los dos anillos; me daban la seguridad de que nada malo pasaría... Y es que desprendían la fuerza de las personas que más he amado...

Lamenté no haber visto la foto del chaval desaparecido, deseaba volver a mis días como niño perdido.

Tras el despegue, decidí cerrar los ojos, obviar el viaje y recordar un poco más mis días junto a George...

Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven. Albert EspinosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora