5. Bombillas que se encienden cuando un Edison se apaga

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Yo tenía trece años la primer ay última vez que fui a Capri. Hacía tres que había perdido mis amígdalas y la verdad es que no las echaba nada de menos. 

 El gran cambio durante esos tres años fue una marca roja que me apareció en un lado de la cara... y que aumentaba con mi vergüenza.

A veces tenía la sensación de ser un payaso medio amquillado, y la verdad es que no era el único que lo pensaba.

En el colegio algunos me llamaban <<payasito enano>> Decían que era un payasito y no un payaso porque me faltaba el otro colorete. Lo de enano ya os lo explicaré más tarde...

Por esa mierda de mote y porque intentaban pintarme el otro colorete con rotulador, me peleaba cada dos por tres con aquellos que me vejaban... Pero nunca he sido ni fuerte ni alto ni buen luchador, así que casi siempre perdía esas batallas. 

Muchas veces llegaba a casa con el ojo morado encima del colorete rojo. Mis padres sufrían e intentaban animarme. Pero ellos eran como yo...

Ahora lo veo cómico. en el pasado no fue en absoluto, pero ahora si que me lo parece. el paso del tiempo acostumbra a dar un toque cómico a lo que tan sólo fue dramático.

El día que acabe con los ojos morados y unas costillas rotas fue el día que decidí que me marcharía de casa.

Odiaba mi vida en el colegio. Mis padres, aunque me comprendían, no podían ayudarme. Bastante tenían con lidiar con sus problemas. Ya os contaré.

Recuerdo que un día que ellos estaban de viaje llené una pequeña mochila y decidí marcharme a algún lugar donde no te pusieran los ojos morados. Sabía que debía existir alguno,  aunque tampoco estaba seguro de ello.

Pero no llegué a partir. Justo cuando salía por la puerta me encontré a la policía. Jamás imaginé que pudieran estar al tanto de los planes de un crio e impedir su huida antes de que se produjese... Pero no era a por mí a por quien venían, sino por mis padres, por una mala noticia que debían darme relacionada con ellos...

Mis padres murieron el mismo día que quise marcharme de casa... Creo que nunca lo superaré.

Me quedé a cargo de mi hermano, que ya había cumplido los dieciocho. Nada mejoró en el colegio y todo empeoró en casa. Mi hermano siempre había sido un cabrón y si un cabrón te hace de padre, pues todo se complica más...

Así que diez meses después de la pérdida de mis padres decidí volver a huir. Esta vez no había policías en la puerta.

Sabia donde quería ir. Deseaba viajar a ese lugar que una vez alguien me dijo que era mágico. Magia con forma de isla...Capri.

Tardé días en llegar a Nápoles; fue una odisea que os ahorraré. Y desde allí cogí el barco rumbo a Capri... Y dentro de ese ferry conocí a George.

George rondaba los sesenta y tres años y tenía mucha fortaleza corporal. Y yo estaba ansioso por cumplir los catorce y conseguir fuerza cuanto antes. Cincuenta años de experiencia, deseos y anhelos nos separaban.

Estábamos los dos en la popa del barco; no nos encontrábamos ni muy lejos ni muy cerca. Yo evitaba acercarme a nadie. Sólo  deseaba llegar a esa isla mágica sin problemas de ningún tipo.

Notaba como George me observaba. Creo que caló mi huida desde que me vio subir al ferry y me vigilaba.

_¿De huida? _dijo en uono suficientemente alto para que le oyese y sin apartar los ojos de un libro color amarillo que leía.

Me asusté.

Nunca pensé que fuera tan fácil conocer mi mundo.

Quería alejarme de aquel hombre que miraba un libro y me leía a mí... Pero algo me lo impedía.

Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven. Albert EspinosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora