11. Son parte de mí...

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Entré en la UVI lentamente y noté cómo todos se giraban ante mi pequeña presencia.

Tenía miedo, sabía que era su acompañante y debía estar con él, pero todo aquello me daba pánico. Tan sólo había entrando en aquel hospital para que me extrajeran las amígdalas, mi viaje teóricamente debía ser muy corto. La UVI no entraba en la ruta.

El resto de los enfermos ingresados allí no paraban de mirarme. Aunque en aquel momento la diferencia y el matiz entre enano y niño eran ínfimos, creo que presentían algo diferente en mí.

La enfermera que había venido a buscarme a la habitación iba delante de mi y yo la seguía como aquel a quien llevan ante la presencia de alguien que le busca con urgencia.

A partir de cierto instante, decidí bajar la mirada; ya no deseaba observar a ninguno de los habitantes de aquel lugar donde se mezclaban gritos, ronquidos y dolores silenciados.

La galería y la diversidad de estos tres tipos de sonido me ponían los pelos de punta. Aún no había descubierto mi don, así que creo recordar que realmente me los ponían.

Llegamos al final de la sala y lo vi.

Parecía que hubiera envejecido cinco años, aunque tan sólo habían pasado cinco horas.

Tenía el torso al descubierto y estaba repleto de gasas que le daban un aire de marajá.

Además salian de él una decena de cables que partían de diversos sitios de su cuerpo y le extraían parte de sí mismo...

-Ahora volveré, siéntate a su lado -dijo la enfermera teniéndome un pequeño taburete de madera.

Cogí el taburete con una mano y lo acerqué lentamente a su cama. En la otra llevaba sus objetos, todo lo que había encontrado en sus cajones... Las fotos de los faros... La lista de números... El extraño artilugio mitad faro-mitad monóculo...

Su respiración era muy fuerte, parecía que inspiraba por cuatro.

Sus ojos estaban levemente cerrados, supuse que debido a la anestesia.

Era el mismo Sr. Martín que había conocido, pero como aletargado... Parecía un animal herido al que le habían disparado sin compasión en numerosas ocasiones.

Tardé en sentarme a su lado. Notaba el tacto de la madera del taburete en una de mis manos y el extraño roce que me producían todos aquellos objetos que le había robado en la otra.

Me sentía un intruso en aquella UVI; por eso tenía miedo de sentarme a su lado.

Sentía que estaba usurpando el lugar de otra persona que lo conociese mejor, entendiera su mundo y fuese digno de estar cerca de él en aquellos duros momentos.

Pero allí no había nadie más; además, el había dicho que ese tipo de personas ya no existían en su mundo...

Dudé nuevamente,  pero al final decidí sentarme a su lado.

Situé con lentitud el taburete a la altura del suero que lo alimentaba. Pensé que el sitio idóneo era estar bajo el parasol que lo nutría.

Deposité las cartas, las fotos y aquel extraño objeto sobre la pequeña mesita que había a su lado. Era curioso saber que todo aquello había viajado de una mesita a otra...

El Sr. Martín seguía con los ojos cerrados. Su mano izquierda se hallaba muy cerca de mí, sus dedos estaban ligeramente separados unos de otros.

Acerqué mi mano a la suya, pero no llegué a tocarlo, me quedé justo a medio centímetro.

No sentí que lo conociera tanto como para cogerle la mano, aunque estuviera al borde de su muerte.

Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven. Albert EspinosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora