13. Aprender a caer antes que a caminar

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Después de despegar, volví al instante en que el barco atracaba en Capri.

George cogió el saco de boxeo y se lo colocó en la espalda. Temí que su pierna ortopédica cediera ante el peso de aquel inmenso saco que yo había golpeado con tanta y tanta fuerza minutos antes.

- ¿Temes que me caiga al suelo? -dijo mientras bajaba una pasarela intransitable, aunque no llevaras nada a cuestas.

-Un poco -contesté apartándome ligeramente de él para que no me aplastara si tropezaba.

-Nunca me he caído. No sufras. Antes de enseñarme a caminar con la pierna, me enseñaron a caer.

-¿Antes a caer que a caminar? -indagué curioso.

-Si, así perdí el miedo a las caídas. Y si pierdes el miedo a las caídas, caminas mejor y hasta puedes atreverte a correr.

>>Todo en la vida debería ser así. Primero caerse y luego caminar.

Sonreí, me acerqué a él, quería que supiera que confiaba en sus andares.

-¿Qué edad tenía cuando la perdió? -pregunté.

-La misma que tú cuando decidiste escaparte.

No se volvió, pero noté su media sonrisa plagada de ironía.

Me enfureció.

-No me ha escapado. Ya se lo dije -insistí.

-Entonces... ¿Qué ha pasado?

-Me he ido -afirmé con seguridad.

No preguntó nada más. Continuamos caminando en silencio durante treinta minutos.

Sufrimos cuestas imposibles, giros muy cerrados, largas calles... Él jamás varió el paso, siempre constante, siempre al mismo ritmo.

Llegamos finalmente delante de una pequeña casa blanquecina.

La puerta estaba abierta. No metió llave alguna.

Entramos, bajó el saco por una escalera que conducía a una planta inferior. Yo me quedé esperando en la puerta.

Dudé si marcharme. Fue en tan sólo un pensamiento que surgió de quedarme sin su influjo.

Pero no lo hice, sabía que todavía debía aprender mucho de él.

Además, no puedo negaros que deseaba estar solo.

Volvió a los pocos segundos, caminaba igual de rápido que cuando portaba el saco.

Nos dirigimos hacía el centro de la casa. O lo que a mí me pareció su centro de gravedad. Toda la vivienda estaba muy oscura.

Él abrió las ventanas principales de la casa y apareció un increíble balcón de la nada. Me había confundido; ése era el verdadero centro.

Salí a la impresionante terraza y me fascinaron aquellas excelentes vistas que abarcaban casi toda la costa de Capri.

No me había percatado que al subir tantas cuestas nos habíamos situado en una elevación privilegiada.

A veces, en la vida, pasa lo mismo: la dificultad de la pendiente te hace olvidar que no paras de progresar y subir.

Miré esa postal de Capri y en ese mismo instante me di cuenta de que era muy afortunado.

De repente vi que un lado de la costa estaba coronado por un faro cuya intensidad me tocaba a pesar de su lejanía.

Además, no era un faro cualquiera, era uno que yo me conocía muy bien... Aquel faro mágico era la razón por la que yo había decidido escaparme a esa isla.

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⏰ Última actualización: May 08, 2020 ⏰

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Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven. Albert EspinosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora