Un olor nauseabundo llega a mis fosas nasales. Un olor metálico,penetrante, y muy desagradable, que consigue provocarme arcadas. De nuevo...No veo mucho más que negro. Negro, negro, negro por todas partes. No veo ni mis manos, ni mi cuerpo... Estoy en medio de un vacío intimidante, que me hace sentir desorientado y en peligro. Sobre todo en peligro.
Me atrevo a dar un paso, pues todavía siento mi cuerpo.
Un sonido pastoso resuena bajo mi pie y lo levanto, espantado, al notar una masa gelatinosa y húmeda contra la planta. La luz, a su vez, regresa a la habitación.
Porque, sí, estoy en una habitación.
Enseguida mi corazón se detiene y tengo que contener con todas mis ansias las ganas de vomitar.
Esto... Esto no puede ser... ¡¿Dónde estoy?!
Las paredes, que en un comienzo deberían haber sido blancas, están cubiertas totalmente por sangre y coágulos, luciendo como si alguien se hubiera dedicado a estallar oscuros globos llenos de tinta carmesí contra los muros...
Por el suelo hay intestinos y varios órganos esparcidos (bajo mi pie había... ¿Un estómago...?), aún con intensos colores frescos en ellos. Junto con la sangre, son el origen de este pútrido olor...
No... No. No, no, no. Yo estaba en mi habitación. Durmiendo. ¡¿Qué hago yo aquí?! ¡¿Qué clase de mente enfermiza ha provocado todo esto?!
Asustado y asqueado, me retiro un paso hacia atrás, con la intención de dar media vuelta y buscar una salida. Pero choco contra algo, y enseguida compruebo qué, o, mejor dicho, quién, está detrás de mí.
Trago saliva y abro mucho los ojos. Porque esto no puede ser posible.De todas las cosas que pueden pasar en este mundo, y a todas las personas a las que les podrían suceder, precisamente...
—Keesa... —la voz me sale temblorosa, mientras lo miro de arriba aabajo, llevándome una mano a la boca —¿Qué te han hecho?
De pie, ante mí, me encuentro con un semiinconsciente y moribundo Keesa, con su corta melena alborotada y su pantalón del hospital. Sus ojos turquesas miran a la nada, no hay brillo en su mirada, ni ninguna expresión en su rostro. Es como si se hubiera convertido en un muñequito. Su boca permaneceen una línea recta, y sus párpados, caídos levemente. Está más pálido que de costumbre, y ahora sí parece enfermo. Sin embargo, en las mejillas, en las raíces de su cabello y bajo su mandíbula, veo manchas rojas y húmedas.
Lentamente voy bajando la mirada hacia su delgado torso, amoratado y lleno de heridas. Creo que, si no he vomitado ya, es porque mi estómago carece de contenido.
Un gran agujero ha sido abierto en su vientre, y la sangre y algunos músculos cuelgan del mismo. Puedo escuchar el nauseabundo goteo de sus fluidos sobre el suelo. Pero... No veo estómago, intestinos..., ¡nada! Sólo hueso,cubierto también por sangre y algunos tejidos.
—¡¿Keesa?! —exclamo, sintiendo con más intensidad esas horribles arcadas.
—¿No te gusta, Luzbell? —escucho otra voz.
Giro el rostro, y lo veo.
El Chico del Pelo Blanco está detrás de mí, con sus ojos negros reflejando una perturbadora alegría y extraño orgullo que me tira para atrás. Echo un vistazo a todas las vísceras de la habitación, y enseguida averiguo de dónde proceden.
Creo que todos los colores se me han ido de la cara, mientras me llevo una mano a la boca y otra al estómago. A falta de comida, mi estómago se contrae sin ningún sentido y las lágrimas se me escapan. Duele. Cada contracción duele horriblemente. Y siento un líquido ardiente en la boca que me veo obligado a escupir. Me agacho, apoyando mis manos en las rodillas, para toser después.
—Oye, Luzbell —alzo la mirada, y diviso su ensangrentada mano—, ¿estás...?
—¡¡¡NO SE TE OCURRA TOCARME!!! —grito, dándole un manotazo con todas mis fuerzas.
Él me mira con sorpresa, como si hubiera hecho algo fuera de lo común. Alza una ceja, con preocupación. Y me pregunta, con una amable sonrisa que desentona totalmente con su imagen:
—¿No te gusta lo que he hecho? —dice, refiriéndose a este desastre.
Trago saliva.
Él, inesperadamente, empieza a reírse. Y, a la vez, la luz de la habitación,cuya procedencia es totalmente desconocida, se atenúa. Él habla, y yo sólo quiero huir de este sitio. Despertar de esta horrible pesadilla.
—¿Cuál es el problema, triste Luzbell? —pregunta, sonriente—¿No deberías estar contento? ¡Se la he devuelto! Sólo le he hecho lo que él te ha hecho a ti, ¡¿por qué es tan malo?! —dice, ya no tan contento.
—¡¿Has visto lo que has hecho con mi amigo?!
En ese momento, el Chico del Pelo Blanco parpadea, con sorpresa.
—Tu... ¿amigo? —chasquea la lengua —¿En serio utilizas una palabra tan noble para definir a alguien como él?
Se me acerca, despacito, y yo, por acto reflejo, me echo hacia atrás, pero recuerdo que un destripado Keesa se encuentra a mis espaldas, y me quedo quieto.
—A veces no te entiendo, Luzbell... —ríe —¿Cómo puedes ser tan sensato unas veces y tan estúpido otras tantas?
—No te me acerques —siseo, fijando en él una mirada asesina.
—No has cambiado nada —sonríe con suavidad—. Sigues siendo el mismo niño tonto de siempre...
—¡He dicho que no te me acerques! —exijo, en un tono más autoritario.
Esta vez, sí se detiene, pero no deja de mirarme con esos escalofriantes ojos oscuros.
—Niño tonto...
Siento una especie de tirón en mi interior, y dejo de respirar.
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El Gato, la Pica, y el Tuerto (EN LIBRERÍAS).
FantasyHan pasado tres años desde la dolorosa vuelta de Luzbell al mundo real. Todo su ser está destrozado. Está solo, y lo único que le queda es ver los días pasar mientras él sigue encerrado entre muros y paredes, con su propio sueño como único analgésic...