Ann apretó la libreta contra su pecho. Dolía, quemaba. Sentía que le faltaba la respiración, cerró los ojos con fuerza para tragarse las lágrimas.
Sin embargo, una gota cayó en la última frase de la pálida página de la libreta. Las letras se hicieron borrosas, mas sabía lo que decía a la perfección. No había necesidad de leer más. Cada una de las palabras que leyó se grabó en su corazón como fuego ardiendo. Por eso era que le dolía, por eso era que le costaba contener las lágrimas y por eso mismo sus recuerdos venían como imágenes fugaces después de tanto tiempo.
Su primer beso. Su primera confesión. La primera vez en la que se dijeron te amo. La primera vez que pelearon. Las primeras lágrimas derramadas. La primera vez en la que sus brazos calientes abrazaron su cuerpo desnudo y la amó como nunca nadie la había amado nunca.
Ashton fue la primera vez de Ann. Su primer verdadero amigo, su primera confesión, su primer beso. Su primer amor.
Y el único.
Habían pasado muchos años desde que Ashton había muerto. Las heridas que una vez inundaron el corazón de Ann ahora eran solo cicatrices que quemaban. Todavía las tenía, en ocasiones ardían más que otras, pero ya eran más soportables. Sin embargo, seguían ahí.
Y Ann amaba sus cicatrices, por supuesto. Su corazón quebrantado era lo único que le quedaba ahora que Ashton no estaba.
O eso pensaba.
Ann encontró la libreta dos años más tarde de la muerte de Ashton. No se había atrevido a tocar sus cosas, sentía que si lo hacía, lo que quedaba de Ashton se esfumaría. No obstante, se dio cuenta de que no podía quedarse estancada. Necesitaba avanzar. No olvidar a Ashton, claro, pero sí seguir adelante sin él. Estaba segura que Ashton lo habría querido así.
La libreta estaba en uno de los cajones de la mesita de noche que estaba al lado de la cama donde Ashton murió. La cama que ellos compartieron hasta su último momento. Ann, al ver el cuaderno, se percató que era algo especial y que posiblemente tenía cosas escritas de Ashton que no sabía, pero no se animó a abrirla.
Tenía miedo. Miedo de leer las palabras y recordar nuevamente a su marido allí. O, tal vez, no encontrarlo. Temía leer lo escrito y no reconocer al escritor.
Así que la dejó allí. La dejó en el mismo lugar en el que estaba y lo cerró bajo llave. Su corazón punzaba de nostalgia y en realidad ansiaba leer la libreta, pero el terror fue más grande que la curiosidad.
Años después, Ann Pierce, ahora reconocida cirujana de uno de los hospitales más importantes del país, se armó de valor. Todavía tenía miedo. Seguía siendo una niña temerosa, no importaba el tiempo que pasara, pero decidió que era el momento de leer lo que sea que estuviera escrito allí. El recuerdo de Ashton continuaba vivo en su mente, mas deseaba sentirlo más cerca de sí, a pesar de no poder estar a su lado.
La sorpresa que se llevó Ann al notar que la libreta estaba dirigida a ella fue tan grande que esta se deslizó de sus manos y cayó al suelo.
Su corazón volvió a latir con rapidez. Sus palmas comenzaron a sudar. Su rostro se enrojeció y sus ojos brillaron como dos estrellas en el cielo.
Después de tanto sufrimiento, Ann comenzaba a sentirse viva de nuevo. Era la misma sensación que había experimentado cuando pasaba tiempo con Ashton. Las mismas reacciones cuando él la miraba intensamente y luego sonreía con ternura y acariciaba su mejilla.
Era casi como si Ashton estuviera presente allí mismo, a su lado, acariciando su mejilla y diciéndole en el oído que continuara con la lectura.
El miedo que antes la invadió se esfumó. Ahora lo único que sentía era ansiedad por saber qué decía cada una de esas páginas, por leer las palabras que había escrito el amor de su vida para ella.
Mientras leía, miles de emociones la azotaban: alegría, tristeza, ira, añoranza, melancolía. Amor.
Durante mucho tiempo había hecho todo lo que Ashton no quería. Se lamentaba por lo sucedido, se encerraba en sí misma, lloraba hasta agotarse. La sonrisa que una vez la identificó se había borrado de su rostro. Había dejado de preocuparse por ella y se había concentrado en su tristeza.
Ahora, apretando la libreta como si alguien fuera a arrebatársela en cualquier momento, comprendía el error tan grande que había cometido. Era claro que Ashton hubiera querido todo lo contrario. Cuando estaba con ella siempre le decía que sonriera, ya que su sonrisa iluminaba su mundo.
Ashton no lo decía para él. Lo decía para ella.
"Ann, amor, sonríe, ama y sé feliz".
La felicidad era algo en lo que no creía. Pensaba que, sin Ashton a su lado, ya no podría ser feliz.
Cuán equivocada estaba.
Era cierto, Ashton ya no estaba en aquel mundo, se había marchado. Pero le había dejado tanto, le había dado lo suficiente para incluso ser feliz sin él presente. Su sonrisa seguía grabada en su memoria, su suave toque, la calidez de su abrazo, el amor que le profesaba con simples acciones... Todo estaba guardado en un lugar especial en su mente. Siempre había estado allí.
Los recuerdos son el mejor regalo que nos han podido dar.
Ahora Ann lo entendía.
—Seré feliz, Ashton —murmuró Ann, ya sin lágrimas en los ojos. Una brillante sonrisa adornaba su rostro y por primera vez en demasiado tiempo se sintió en paz—. Seré feliz por los dos.
***
N/A: PUBLICARÉ EN UN SEGUNDITO LOS AGRADECIMIENTOS, ESPEREEEN♥
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Palabras manchadas de recuerdos (VATL #2)
Storie breviAshton Pierce ha muerto. Se ha ido. Pero no sus pensamientos. Una libreta con sus memorias es encontrada después de dos años de haber fallecido. Allí Ashton describe cada uno de los momentos vividos con la persona que consideró el amor de su vida. ...