(1).
Hay dos modos distintos, perfectamente bien marcados, de obtener instrucción o conocimientos; el uno es, presentar primero al intelecto el objeto y añadir después el nombre; y el otro, no presentar el objeto, sino mencionar su nombre, y hacer después una descripción de él.
Toda la imperfección del segundo método se presentará de lleno solo al considerar que una palabra en sí o de suyo no es sino un sonido que nada significa. Para que una voz sea de la menor importancia debe representar un objeto, un sentimiento o una relación, los cuales deben de antemano saberse, para poderse comprender. ¡Qué incompleta, qué inexacta, sería la idea que se formarían una clase de niños del Pavo Real, por más clara, completa y brillante que se hiciera su descripción si no se les presentase a la vista! El caso sería que los niños no conocerían al pavo real. Pero cuan diferente sería el resultado si se siguiese el primer modo de impartir instrucción, si se les pusiera delante de los ojos esta ave y se les dijera después el nombre. «Queréis que los pueblos se conozcan, « me decía un sabio, «dejémonos de hablar y escribir, hagamos caminos de hierro, y barcos de vapor.» En efecto, estos son los medios para desterrar guerras, disensiones y preocupaciones entre nación y nación, provincia y provincia, ciudad y ciudad.
«Cuando mandáis vuestros hijos a la escuela, dice Combe, tratando extensamente sobre la materia que nos ocupa, a que aprendan de memoria, les dais palabras, no ideas; aumentáis su conocimiento de voces, no de cosas. El verdadero plan es presentar el objeto a los niños; hacerles examinar su forma, su tamaño, su color y otras particularidades; y después decirles el nombre, hacérselo repetir y escribir. La naturaleza toda está adaptada del modo más precioso y bello, a nuestras facultades; y el estudio de la naturaleza produce por esta razón el más grato y exquisito placer. Demuestra esta verdad la insaciable sed que los niños tienen de saber cosas; llegando hasta el extremo de romper sus juguetes para saber lo que hay dentro. Cuando se sigue un buen sistema, los elementos de todas las ciencias se hacen muy simples. Hablad a un niño de geometría, triángulos, exágonos y lo abrumareis completamente, pero presentadle una figura, que observe o hacedle observar que tiene tres lados y tres esquinas, decidle después que todas las figuras como aquella se llaman triángulos; y comprenderá clara y fácilmente la materia. A los niños siempre les gusta aprender con tal que se les presenten los objetos a las facultades intelectuales; y puedan instruirse en cualquier materia que permita esta presentación. Para probarlo disequé una vez delante de dos niñas y un niño el corazón y los pulmones de un cordero. Grande fue el placer que manifestaron y fuertes, vivas y duraderas las impresiones que recibieron.
«El maestro con quien aprendí,» dice el mismo Combe, ya citado, «era muy aficionado a construir, e hizo un puente de madera según el plan que describe César en sus Comentarios, el cual siempre presentaba a su clase al llegar a este punto. Todavía me acuerdo con qué delirio deseaba que llegase el tiempo cuando se me permitiese estudiar el puente de César. Llegó por fin esta época suspirada; y entonces en lugar de la poca inclinación a ir a la escuela, de las tardanzas, de las ausencias, de la flojedad de otros tiempos, todo era ardor y atención; no había necesidad de regañar ni castigar, leíamos y examinábamos con la mayor afición y constancia; y así es que la parte más difícil de los Comentarios de César vino a ser para nosotros la más fácil. Cuando hubimos concluido la descripción del puente. ¡con qué desconsuelo vimos depositar el puente en el armario de donde le habían sacado!»
En Edimburgo, Escocia, se ha sacado todo el partido posible de las doctrinas frenológicas, para el mejoramiento y adelanto de las escuelas y del modo de instruir y adiestrar en ellas. El señor de Wilderspin ha establecido una escuela para niños muy pequeños o párvulos, que sirve, de modelo al mundo. Convencido de que la descripción que hace el mismo Combo, del sistema adoptado por el señor Wilderspin será agradable y útil a mis lectores y con mucha particularidad a aquellos que están ocupados, o que directamente se interesan en el adelantamiento de nuestra enseñanza pública, lo insertó a continuación.
«En primer lugar, los cuartos para las clases son grandes y ventilados, de suerte que los niños respiran siempre aire puro. Rodea la escuela un terraplén seco, espacioso y bien aireado, destinado al recreo de los niños; alternándose tan juiciosamente el trabajo y el juego, que ni uno ni otro pierden su atracción por hacerse demasiado duraderos. En la escuela se atiende con mucha escrupulosidad al principio de los órganos del cerebro, como los músculos del cuerpo se cansan con el ejercicio prolongado; y así es que jamás se continúa el ningún estudio lo suficiente para que llegue a causar fatiga o cansancio.
«Ocupa en los ejercicios intelectuales el lugar más conspicuo y señalado, la presentación de objetos visibles y palpables. Familiarizándose gradualmente los niños con sus cualidades y relaciones, sus combinaciones naturales y artificiales. De esta manera se estimulan directamente y se ejercen agradablemente todas las facultades intelectuales que nos dan conocimiento de los objetos estemos. Alcanzan así los niños una cantidad inmensa de instrucción casi jugando. Toma el maestro en la mano una figura matemática, un triángulo, por ejemplo, y pregunta a los niños si desearían hablar sobre aquel objeto. Todos responden afirmativamente, todos lo desean con ardor. Hácerselo describir. Ellos ven que tiene tres lados y tres esquinas, y se lo dicen al maestro. Así que lo han examinado durante algún tiempo, les pregunta: «Si quisieran saber el nombre. Díceles el nombre, y se lo hace repetir varias veces. ¿Cómo os gustaría saberlo deletrear a mamá? les preguntará acaso después. «Esto nos gustaría mucho,» responden todos. El maestro compone después la palabra con letras de madera, y los niños la deletrean. De este modo aprenden a leer casi sin sentirlo. La instrucción jamás se prolonga más allá de un cuarto de hora.
»Las clases van por turno al recreo, el cual sirve de teatro para el adiestramiento moral. Aquí los alumnos más grandecitos se amaestran en el ejercicio de ser afectuosos y cariñosos a los más pequeñitos: toda desviación de lo que manda la benevolencia y la concienciosidad; todo desahogo de pasión o manifestación de egoísmo, ha lugar a averiguación, para la cual nada se considera demasiado insignificante. Esta se conduce abiertamente ante un jurado compuesto de los mismos niños, y rara vez dejan de formarse una idea exacta del asunto, ni de pronunciar una sentencia justa.
»Es verdaderamente agradable presenciar este sistema de amaestramiento. Las tentaciones antes bien se presentan que no se remueven, y aunque muchos de los niños son de padres que pertenecen a la ínfima clase de la sociedad, los cuales no pueden dar bastante alimento a sus hijos, las comidas de sus más afortunados compañeros, las grosellas, las crespas, las manzanas y las peras, están tan seguras en el recreo como si estuviesen bajo llave. En nuestro país hay padres tan pobres que han de mandar sus hijos a la escuela sin poderles dar comida al mediodía. De esto se saca partido en la escuela del señor Wilderspin, para cultivar la benevolencia de sus más afortunados, los cuales, de sus comidas forman una para sus infelices compañeros.»
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(1) Tomamos este artículo de La Antorcha, interesante periódico que redacta en Barcelona el Sr. Cubi y Soler.La Ilustración, Marzo 1849.