Nuestro amigo R., a quien quizá conocerá alguno de nuestros lectores por su vida disipada, acaba de casarse: al salir de la iglesia, después de haber pronunciado el juramento de costumbre, lo llamó su suegra aparte y le dijo:
—Ea, esto ya está concluido, espero que de hoy más, no hará usted ninguna otra locura.
—No, querida mamá, respondió R., puede usted estar segura de que esta ha sido la última.
