Capítulo uno: El hijo del Dragón.

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El azul claro del cielo estaba lejos de proporcionarle la paz que tanto deseaba y buscaba, había pasado al menos un giro de luna desde la Batalla del Trident, sin embargo, el hedor de la sangre y el cadáver de Robert Baratheon seguían persiguiéndolo con furia. Había pasado mucho tiempo desde que tuvo un sueño decente.

Afortunadamente, no todo era malo, la noche anterior un mensajero había arribado a la Torre de la Alegría, protegido por el manto de la noche. Su madre, la reina Rhaella y su hermano pequeño, Viserys, iban camino a Foso Cailin como había ordenado antes de dejar la capital hacia tanto. Esperaba que los dioses fuesen lo suficientemente misericordiosos como para que los hombres juramentados de su padre no les diesen caza.

Todo iban en marcha de acuerdo a lo que había planeado desde hace más de un año y es debido a ello que una quincena atrás convocó a los señores que juraron su lealtad en el Trident. Foso Cailin había sido establecido como el punto de reunión de su ejército, los grandes muros del sitio le proporcionarían una gran ventaja en contra de su padre. Rhaegar debía ser muy precavido, lord Tywin continuaba manteniéndose al margen y si el príncipe se atrevía a adivinar, el Viejo León no se movería de su roca hasta que la seguridad de su primogénito dejase de depender de la mente desviada de Aerys.

—¿De verdad pensáis que podréis sacar a mis hijos de Red Keep, Ser Arthur? —cuestionó esperanzado.

—Por supuesto, alteza —aseguro su confiable amigo.

—¿Creéis que Ser Gerold esté dispuesto a seguirme o preferirá continuar al servicio de mi padre? —susurro preocupado.

—Mi príncipe, Ser Gerold es el lord Comandante de la Guardia Real y es un hombre honorable dispuesto a morir por su rey...

—Supongo que eso me debe bastar como una negativa ante mi esperanza de conservarlo a mi lado —simplifico decepcionado—. ¿Qué hay de vos? ¿Moriréis por mí?, un príncipe que pronto se convertirá en traidor ¿o por mi padre, tu rey legitimo?

—He estado a su lado desde hacía tanto tiempo que usted se ha convertido en más que mi príncipe, he observado de lo que vos sois capaz y también he visto muy de cerca como su majestad el Rey Aerys castiga a sus súbditos solo porque lo cree pertinente, os tengo en alta estima, alteza, y es por ello que le entrego mi espada. Le serviré a usted y solo a usted —Albor, aquella mítica espada brillante fue posada ante sus pies por Arthur Dayne—. Desde este día, hasta el último de mis días.

—No tengo la menor duda de tu lealtad amigo mío y os lo agradezco con toda la sinceridad que puedo expresaros —dijo mientras le dedicaba una sonrisa sincera—. Ahora, levantaos Ser Arthur, debemos averiguar qué hacer con ser Gerold Hightower antes del atardecer

—Enviadlo de regreso a la capital o déjelo aquí con alguna orden.

—Lo más conveniente es que vos y los otros caballeros marchen de vuelta a la capital mañana al amanecer, no olvidéis que vuestro principal deber será sacar a mis hijos y a Elia de ese nido infestado de víboras, deberéis llevarlos a Foso Cailin, también traed a Ser Jaime Lannister contigo. Necesito el apoyo de lord Tywin, el león no moverá un solo dedo en pro a la rebelión si sabe que de hacerlo su hijo podría morir de las misma forma que lo hicieron lord Stark y su heredero, es de sumamente importante que salgáis con Jaime de Kings Landing —el capa blanca asintió servicial—. Id, decidle a Ser Gerold y a Ser Oswell que parten al amanecer.

—Sí, alteza.

Cuando el caballero salió de la pequeña habitación, el príncipe se permitió desplomarse en una de las sillas, tristemente, el mensajero no solo le había traído noticias de su madre y hermano, también de la capital. Elia había enfermando gravemente y se decía que no era probable que no sobreviviera a lo que sea que la aquejaba. Una vez más estaba en cama convaleciente.

El reinado del Dragón (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora