parte 3

570 5 0
                                    

SACERDOTE.- Con oportunidad has hablado. Precisamente éstos me están indicando
por señas que Creonte se acerca.
EDIPO.- ¡Oh soberano Apolo! ¡Ojalá viniera con suerte liberadora, del mismo modo
que viene con rostro radiante!
SACERDOTE.- Por lo que se puede adivinar, viene complacido. En otro caso no vendría así,  con la cabeza coronada de frondosas ramas de laurel.
EDIPO.- Pronto lo sabremos, pues ya está lo suficientemente cerca para que nos
escuche. ¡Oh príncipe, mi pariente, hijo de Meneceo! ¿Con qué respuesta del oráculo
nos llegas?
(Entra Creonte en escena.)
CREONTE.- Con una buena. Afirmo que incluso las aflicciones, si llegan felizmente a
término, todas pueden resultar bien.
EDIPO.- ¿Cuál es la respuesta? Por lo que acabas de decir, no estoy ni tranquilo ni
tampoco preocupado.
CREONTE.- Si deseas oírlo estando éstos aquí cerca, estoy dispuesto a hablar y
también, si lo deseas, a ir dentro.
EDIPO.- Habla ante todos, ya que por ellos sufro una aflicción mayor, incluso, que por
mi propia vida.
CREONTE.- Diré las palabras que escuché de parte del dios. El soberano Febo nos
ordenó, claramente, arrojar de la región una mancilla que existe en esta tierra y no
mantenerla para que llegue a ser irremediable.
EDIPO.- ¿Con qué expiación? ¿Cuál es la naturaleza de la desgracia?
CREONTE.- Con el destierro o liberando un antiguo asesinato con otro, puesto que esta
sangre es la que está sacudiendo la ciudad.
EDIPO.- ¿De qué hombre denuncia tal desdicha?
CREONTE.- Teníamos nosotros, señor, en otro tiempo a Layo como soberano de esta tierra antes de qué tu rigieras rectamente esta ciudad

edipo reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora