parte 6

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ESTROFA 2ª
¡Ay de mí! Soporto dolores sin cuento. Todo mi pueblo está enfermo y no existe el arma de la reflexión con
la que uno se pueda defender. Ni crecen los frutos de la noble tierra ni las mujeres tienen que soportar
quejumbrosos esfuerzos en sus partos. Y uno tras otro, cual rápido pájaro, puedes ver que se precipitan,
con más fuerza que el fuego irresistible, hacia la costa del dios de las sombras.

ANTÍSTROFA 2ª
La población perece en número incontable. Sus hijos, abandonados, yacen en el suelo, portadores de
muerte, sin obtener ninguna compasión. Entretanto, esposas y, también, canosas madres gimen por
doquier en las gradas de los templos, en actitud de suplicantes, a causa de sus tristes desgracias. Resuena
el peán y se oye, al mismo tiempo, un sonido de lamentos. En auxilio de estos males, ¡oh dura hija de
Zeus!, envía tu ayuda, de agraciado rostro.
ESTROFA 3ª.
Concede que el terrible Ares, que ahora sin la protección de los escudos me abrasa saliéndome al
encuentro a grandes gritos, se dé la vuelta en su carrera, lejos de los confines de la patria, bien hacia el
inmenso lecho de Anfitrita, bien hacia la inhóspita agitación de los puertos tracios. Pues si la noche deja
algo pendiente, a terminarlo después llega el día. A ése, ¡oh tú, que repartes las fuerzas de los abrasadores
relámpagos, oh Zeus padre!, destrúyelo bajo tu rayo.
ANTÍSTROFA 3ª.
Soberano Liceo, quisiera que tus flechas invencibles que parten de cuerdas trenzadas en oro se
distribuyeran, colocadas delante, como protectoras y, también, las antorchas llameantes de Ártemis con
las que corre por los montes de Licia. Invoco al de la mitra de oro, el que da nombre a esta región, a Baco,
el de rojizo color, al del evohé, compañero de las ménades, ¡que se acerque resplandeciente con refulgente
antorcha contra el dios odioso entre los dioses!
(Sale Edipo y se dirige al Coro.)
EDIPO.- Suplicas. Y de lo que suplicas podrías obtener remedio y alivio en tus desgracias, si quisieras
acoger mis palabras cuando las oigas y prestar servicio en esta enfermedad. Y yo diré lo que sigue, como
quien no tiene nada que ver con este relato ni con este hecho. Porque yo mismo no podría seguir por mucho
tiempo la pista sin tener ni un rastro. Pero, como ahora he venido a ser un ciudadano entre ciudadanos, os
diré a todos vosotros, cadmeos, lo siguiente: aquel de vosotros que sepa por obra de quién murió Layo, el
hijo de Lábdaco, le ordeno que me lo revele todo y, si siente temor, que aleje la acusación que pesa contra
sí mismo, ya que ninguna otra pena sufrirá y saldrá sano y salvo del país. Si alguien, a su vez, conoce que
el autor es otro de otra tierra, que no calle. Yo le concederé la recompensa a la que se añadirá mi gratitud.
Si, por el contrario, calláis y alguno temiendo por un amigo o por sí mismo trata de rechazar esta orden, lo
que haré con ellos debéis escucharme. Prohíbo que en este país, del que yo poseo el poder y el trono,
alguien acoja y dirija la palabra a este hombre, quienquiera que sea, y que se haga partícipe con él en
súplicas o sacrificios a los dioses y que le permita las abluciones. Mando que todos le expulsen, sabiendo
que es una impureza para nosotros, según me lo acaba de revelar el oráculo pítico del dios. Ésta es la clase
de alianza que yo tengo para con la divinidad y para el muerto. Y pido solemnemente que, el que a
escondidas lo ha hecho, sea en solitario, sea en compañía de otros, desventurado, consuma su miserable
vida de mala manera. E impreco para que, si llega a estar en mi propio palacio y yo tengo conocimiento de
ello, padezca yo lo que acabo de desear para éstos.
Y a vosotros os encargo que cumpláis todas estas cosas por mí mismo, por el dios y por este país tan
consumido en medio de esterilidad y desamparo de los dioses. Pues, aunque la acción que llevamos a cabo
no hubiese sido promovida por un dios, no sería natural que vosotros la dejarais sin expiación, sino que
debíais hacer averiguaciones por haber perecido un hombre excelente y, a la vez, rey.
Ahora, cuando yo soy el que me encuentro con el poder que antes tuvo aquél, en posesión del lecho y
de la mujer fecundada, igualmente, por los dos, y hubiéramos tenido en común el nacimiento de hijos
comunes, si su descendencia no se hubiera malogrado -pero la adversidad se lanzo contra su cabeza-, por
todo esto yo, como si mi padre fuera, lo defenderé y llegaré a todos los medios tratando de capturar al autor
del asesinato para provecho del hijo de Lábdaco, descendiente de Polidoro y de su antepasado Cadmo, y del
antiguo Agenor. Y pido, para los que no hagan esto, que los dioses no les hagan brotar ni cosecha alguna de
la tierra ni hijos de las mujeres, sino que perezcan a causa de la desgracia en que se encuentran y aún peor
que ésta. Y a vosotros, los demás Cadmeos, a quienes esto os parezca bien, que la Justicia como aliada y
todos los demás dioses os asistan con buenos consejos.
CORIFEO.- Tal como me has cogido inmerso en tu maldición, te hablaré, oh rey. Yo ni le maté ni puedo
señalar a quien lo hizo. En esta búsqueda, era propio del que nos la ha enviado, de Febo, decir quién lo ha
hecho.
EDIPO.- Con razón hablas. Pero ningún hombre podría obligar a los dioses a algo que no quieran.

edipo reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora