parte 9

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EDIPO.- Vives en una noche continua, de manera que ni a mí, ni a ninguno que vea la luz, podrías
perjudicar nunca.
TIRESIAS.- No quiere el destino que tú caigas por mi causa, pues para ello se basta Apolo, a quien importa
llevarlo a cabo.
EDIPO.- ¿Esta invención es de Creonte o tuya?
TIRESIAS.- Creonte no es ningún dolor para ti, sino tú mismo.
EDIPO.- ¡Oh riqueza, poder y saber que aventajas a cualquier otro saber en una vida llena de encontrados
intereses! ¡Cuánta envidia acecha en vosotros, si, a causa de este mando que la ciudad me confió como un
don -sin que yo lo pidiera-, Creonte, el que era leal, el amigo desde el principio, desea expulsarme
deslizándose a escondidas, tras sobornar a semejante hechicero, maquinador y charlatán engañoso, que sólo
ve en las ganancias y es ciego en su arte! Porque, ¡ea!, dime, ¿en qué fuiste tú un adivino infalible? ¿Cómo
es que no dijiste alguna palabra que liberara a estos ciudadanos cuando estaba aquí la perra cantora Y,
ciertamente, el enigma no era propio de que lo discurriera cualquier persona que se presentara, sino que
requería arte adivinatoria que tú no mostraste tener, ni procedente de las aves ni conocida a partir de alguno
de los dioses. Y yo, Edipo, el que nada sabía, llegué y la hice callar consiguiéndolo por mi habilidad, y no
por haberlo aprendido de los pájaros. A mí es a quien tú intentas echar, creyendo que estarás más cerca del
trono de Creonte. Me parece que tú y el que ha urdido esto tendréis que lograr la purificación entre
lamentos. Y si no te hubieses hecho valer por ser un anciano, hubieras conocido con sufrimientos qué tipo
de sabiduría tienes.
CORIFEO.- Nos parece adivinar que las palabras de éste y las tuyas, Edipo, han sido dichas a impulsos de la
cólera. Pero no debemos ocuparnos en tales cosas, sino en cómo resolveremos los oráculos del dios de la
mejor manera.
TIRESIAS.- Aunque seas el rey, se me debe dar la misma oportunidad de replicarte, al menos con palabras
semejantes. También yo tengo derecho a ello, ya que no vivo sometido a ti sino a Loxias, de modo que no
podré ser inscrito como seguidor de Creonte, jefe de un partido. Y puesto que me has echado en cara que
soy ciego, te digo: aunque tú tienes vista, no ves en qué grado de desgracia te encuentras ni dónde habitas
ni con quiénes transcurre tu vida. ¿Acaso conoces de quiénes desciendes? Eres, sin darte cuenta, odioso
para los tuyos, tanto para los de allí abajo como para los que están en la tierra, y la maldición que por dos
lados te golpea, de tu madre y de tu padre, con paso terrible te arrojará, algún día, de esta tierra, y tú, que
ahora ves claramente, entonces estarás en la oscuridad. ¡Qué lugar no será refugio de tus gritos!, ¡qué
Citerón no los recogerá cuando te des perfecta cuenta del infausto matrimonio en el que tomaste puerto en
tu propia casa después de conseguir una feliz navegación! Y no adviertes la cantidad de otros males que te
igualarán a tus hijos. Después de esto, ultraja a Creonte y a mi palabra. Pues ningún mortal será aniquilado
nunca de peor forma que tú.
EDIPO.- ¿Es que es tolerable escuchar esto de ése? ¡Maldito seas! ¿No te irás cuanto antes? ¿No te irás de
esta casa, volviendo por donde has venido?
TIRESIAS.- No hubiera venido yo, si tú no me hubieras llamado.
EDIPO.- No sabía que ibas a decir necedades. En tal caso, difícilmente te hubiera hecho venir a mi palacio.
Tiresias.- Yo soy tal cual te parezco, necio, pero para los padres que te engendraron era juicioso.
EDIPO.- ¿A quiénes? Aguarda. ¿Qué mortal me dio el ser?
TIRESIAS.- Este día te engendrará y te destruirá.
EDIPO.- ¡De qué modo enigmático y oscuro lo dices todo!
TIRESIAS.- ¿Acaso no eres tú el más hábil por naturaleza para interpretarlo?
EDIP0.- Échame en cara, precisamente, aquello en lo que me encuentras grande.

edipo reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora