La tienda de dulces.

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El hombre de porte distinguido abrió la puerta, haciendo sonar una pequeña campanita que avisaba de la llegada de un cliente. Les salió a atender un hombre entrado en años, muy entrado en años realmente, de baja estatura, seguramente a punto de retirarse de aquel negocio si la pálida dama no se adelantaba antes.

-¡Buenas noches a los últimos clientes del día!, por favor no duden en mirar cuanto gusten, tenemos algunos muestras gratuitas de dulces llegaros de algún país muy exótico.

-Buenas noches tenga usted, buen hombre. Mi hija no ha podido resistir la tentación.-Aquel señor se volvió hacia su hija.- Cariño no deshagas ni rompas nada.

-¡Ja! No se preocupe, señor.-El vendedor tomó una bolsa de papel.-Toma encanto, llénala hasta los topes y tráela.-Y volviéndose de nuevo al padre le informó.-Siempre mis primeros y últimos clientes tienen mitad de precio.

-Una magnífica oferta.-Dijo el hombre mientras no perdía de vista a su hija.

-Una pequeña idea que practico como detalle a los clientes desde hace mas de cuarenta y cinco años.

En todo momento el caballero permanecía de espaldas al anciano vendedor, apoyado en el mostrador, con el sombrero de copa levemente bajado.

-Si no es mucha indiscreción, le veo muy bien vestido ¿vienen de algún evento importante?

-De la ópera.-Dijo aquel padre.

-¿De la ópera? Vaya, una niña con inquietudes culturales.-Dijo ese anciano entrañable, realmente querido por todos los niños del barrio.

-Desde luego. Ella me arrastró a mi por si se lo está preguntando.

El anciano rio ante ese pequeño detalle. Era una risa suave acompañada de alguna que otra tos.

De pronto la niña volvió con la bolsa llena de dulces. El padre muy solícito ayudó a la niña a subir la bolsa al mostrador.

-¡Quiero pagar yo!.-Dijo la niña, extendiendo su inocente manita.

El anciano reía de nuevo con mas tosecillas. El hombre recién llegado de la ópera con su hija llevó la mano a la cartera y le dio unas cuantas monedas a su hija, que a su vez las depositó en el mostrador con una sonrisa.

-Muchas gracias señorita, que tenga buena noche caballero y que disfruten de los dulces.-Los despidió el buen hombre, anciano vendedor e ilustre ciudadano.

Padre e hija caminaron hablando alegremente hasta la casa. Era una casa de buena arquitectura, detallada en el exterior y en el interior reinaba la sobriedad y la humildad para ser aquel barrio de tanta riqueza andante y existente. Casi todo el esfuerzo dentro de aquel hogar estaba puesto en la habitación de ella, la razón de la existencia de aquel hombre atormentado por el pasado. En la entrada les esperaba la señora Amy Clement, ama de llaves, limpiadora, esclarecedora de misterios como calcetines desparejados y cocinera a tiempo casi completo. Una mujer que había tenido una vida difícil en los campos de cultivo, donde mucha gente de piel oscura moría día sí y día también a causa del hambre, las heridas y la falta de esperanza.

-Hola Amy.-Dijo la princesa de la casa mostrando su bolsa de dulces.-¿quieres?.

-No señorita, muchas gracias.-Dijo la señora Clement con un tono de voz cargado de sincera ternura y adoración hacia aquel ser de luz.

Padre e hija.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora