Calamidad.

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-¡Enseguida señor!.-Se despidió de otra ama de llaves, empleada de sus vecinos, poderosos banqueros y corrió escaleras arriba.

Cuando llegó se encontró a su señor sentado en el sofá, con los ojos perdidos, mirando lo que quedaba de la maqueta destrozada. Pocas veces su señor era tan poco cuidadoso con la construcción de sus maquetas, uno de las pocas aficiones capaz de abstraerlo lo suficiente.

-Señora Clement, hoy saldré yo a recibir a mi hija. Quiero que usted prepare un chocolate caliente para mi niña.

Momentos después el hombre estaba en la entrada de la casa, con el rostro tenso. Dos calles antes llegaron los sollozos de su hija. Le partía el alma verla llorar. Iba murmurando un nombre masculino y otro femenino. El femenino era "Felicia", el nombre de su bella muñeca.

La niña se bajó llorando. Era el rostro de la tristeza hecha ser de luz, la representación de la víctima de la mas grande injusticia. 

-Tuvo una pelea con un niño y su muñeca Felicia se rompió. Mire el brazo de la pobre, está colgando de un hilo.-Explicó la cuidadora mientras ponía a la niña en brazos de aquel hombre de rasgos tan perfectos.

-Papi.-Lloraba la niña.-La ha roto ese tonto niño la ha roto.

-Mi princesa.-Susurró el padre a su hija.-¿te ha hecho algo a ti?

-No...-Dijo la niña sorbiéndose los mocos con el pañuelo que papá le ofrecía.-Un niño nuevo que quería quitarme a Felicia. Me la quiso quitar y le pegué y me la quitó y la rompió.-las lágrimas afloraban de nuevo.

El hombre miró a la preocupada cuidadora.

-Yo me encargo a partir de este punto, señorita. Muchas gracias.-Y hasta se permitió una sonrisa sutil, de medio lado.

Una vez dentro la señora Clement le ofreció un chocolate recién hecho. Ambos adultos se sentaron a cada lado y esperaron pacientemente mientras Felicia reposaba en una estantería en la entrada, junto a los documentos y papeles del trabajo de papá.

-¿Se puede curar?.-preguntó finalmente la niña.

El padre miró a la mujer adulta de la casa.

-¿Señora Clement?.-Preguntó el hombre, visiblemente preocupado y acongojado ante la tristeza de su hija.

-Preferiría dejarlo en manos de un profesional.-Dijo, con toda sinceridad, la sabía de los tres.

-Que así sea.-La sombra, el demonio, el asesino despiadado envolvió en sus brazos a su hija y la abrazó suavemente comenzando a tararearle una suave canción de la tierra natal de aquel hombre.

Mientras lo hacía subió a la niña y la dejó dormida en compañía de uno de sus peluches favoritos. Bajó a la entrada de la casa donde la Señora Clement tomaba a la muñeca.

-Parece que está muy rota. Si tira un poco mas se había desgarrado del todo.

-Podría encontrar a los padres de ese pequeño miserable y hacerles la vida imposible durante generaciones enteras.-Dijo el hombre, con los ojos encendidos en maldad.

-Pero no lo hará porque a mi no me da la gana y porque su hija no dejaría de ser desdichada de esa forma.-Dijo la señora Clement.-Y en el fondo usted lo sabe.

El hombre no tuvo mas remedio que bajar la cabeza aceptando aquella verdad.

Padre e hija.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora