°Capítulo 9°

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Roger recordaba aún cómo eran los días en que la mansión era un recinto de paz y armonía.

Se encontraba sentado en la estancia bebiendo su primera taza de té de la mañana, mirando hacia la lejana campiña inmersa en una espesa capa de niebla.

Cuando él y Watari eran jóvenes y talentosos inventores la calma reinaba en cada ostentoso rincón de la herencia de sus padres. Y aún cuando el pequeño Elle Lawliet era un crío, aquella casa era silenciosa. El caos se desató cuando uno a uno fueron llegando esos engendros del demonio con  hormonas alborotadas y potencial para el vandalismo y la delincuencia.

Aunque debía admitir algo, éstos últimos días lo habían pasado más tranquilos. Cosa inusual, pero muy disfrutable. Si acaso lo único que pudiera dar señales de vida de esos tres, era el volumen estruendoso de esos jueguitos de video del joven Matt, y el deambulante cruce de un fantasmita cargador de libros por los pasillos. Al joven Mello no se le veía más que el rastro de envolturas de chocolate que inconsideradamente tiraba a su paso, cosa que le irritaba bastante ¡pero bueno! El precio de la santa paz lo pagaba con gusto.

Pero eso terminó esa mañana justo a media taza de té, mientras daba un sorbo y a lo lejos escuchó el preludio de la infamia.

"¡¡¡Melloooooooooo!!!"

El anciano puso los ojos en blanco. Las nubes rodaban apacibles entre la fresca hierba. Escuchó pasos correteando por los pasillos superiores y un par de insultos y amenazas de muerte. Lo normal. Aspiró profundamente y decidió disfrutar el último momento de su paz. Esos dos podían ser delincuentes pero no asesinos así que, como decía su abuela «Que el mundo ruede».

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—Repítelo enano es que no puedo entenderte —dijo burlón.

—Me-llo... —el rubio estaba sobre su compañero aplicándole una llave en el suelo, Near se removía como podía y ya sea por la chispa de furia que se encendió minutos atrás o por la palpitante onda de adrenalina que recorría cada fibra de su cuerpo no se daría por vencido. Con las manos intentaba aflojar el amarre del brazo derecho de Mello sobre su cuello, pero como no tenía éxito comenzó a patalear descontroladamente— ¡Suéltame!

—Suéltate tú si puedes pequeña bola de nieve —se mofó con un tono aniñado, envolviendo después las piernas del albino entre las suyas, con un poco de dificultad pero con firmeza—. Ahora sí no hay nadie que te salve, ¿de verdad pensaste que podrías ganarme? Ríndete.

—¡No!

—Pero tienes que decir «Me rindo, Mello es mejor que yo».

—¿En qué universo? —se removió más fuerte.

—¡Bien pensado algodón!... «Mello es mejor que yo en cualquier universo posible» —soltó una carcajada.

Rápidamente el albino aprovechó la distracción para hacer lo único que se le ocurrió.

—¡Auch! ¡Eso es trampa idiota! —espetó apretando los dientes cuando su rival tiró de su sedosa y dorada cabellera, haciéndole girar el rostro.

—¡No dijiste que había reglas!

—¡Jalar el cabello es de nenas!

Endulzarte la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora