Si me voy podrás hacer tu vida sin interferencias, y si me quedo no podrás apartarme de tu lado, está en mi naturaleza, es algo más fuerte que yo, incluso más fuerte que mi lealtad y mi compromiso con las diosas.
Y además respecto a mi condición n...
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Ese día Zelda no acudió al cementerio. Link dio unas cuantas vueltas sobre su tumba y después de un rato tomó su forma de Lobo.
Escuchó de manera atenta y después frunció el ceño. A la distancia tras los muros del castillo de Hyrule podía escuchar perfectamente a la voz del ministro refunfuñando.
"Niña estúpida" escuchó que gruñía. Se le erizaron los pelos de la rabia y en menos de lo que pensaba ya había emprendido carrera.
...
En la biblioteca del castillo Zelda bufó de manera molesta, había intentado escaparse un poco más temprano porque le había prometido a Link que juntos irían a pasear a la ciudadela. Pero el malvado ministro había vuelto a las andadas, durante tres largos meses había estado más que feliz, no sabía lo que había pasado pero teniendo a la princesa como zombi pegada al piano no había tenido que preocuparse por nada.
Sin embargo desde hace algunos días que había notado el radical cambio en la princesa y nuevamente se había puesto al acecho.
Zelda suspiró de manera cansada, a través de una ventana vio como el sol avanzaba por el cielo.
-"Ya es tan tarde"- pensó de manera triste. La imagen de su Link se le vino a la cabeza.
- ¿En dónde está su tutora?, no se supone que debería estarle dando lecciones. - gruñó el hombrecillo de manera molesta.
-Es su día de descanso. Es MI día de descanso- recalcó de forma molesta.
-Puras bobadas, usted es un princesa, el descanso no es algo que se le tenga reservado.
Gruñó para sus adentros y maldijo el hecho de que Impa no pudiera estar ahí a su lado, ella la habría defendido del hombrecillo, pero últimamente se sentía algo extraña y había ido a la ciudadela a consultar unas cosas con su amigo el Adivino.
- ¿¡Piensa quedarse ahí toda la vida!?- refunfuñó de manera molesta al ver que el ministro no abandonaba su puesto. Se había sentado en una silla y no paraba de observarla.
-Que insolente es princesa. ¿Desde cuándo tiene tantas agallas?
-No son agallas. Me molesta de sobremanera que se me quede mirando. ¿No tiene algo mejor que hacer?
Se paró de su silla y se acercó a ella de forma furibunda. La princesa retrocedió unos cuantos pasos, todavía recordaba el fuerte apretón que le había dado en aquella ocasión en el cementerio, de alguna forma su fuerza no parecía concordar con su ridículo tamaño.
Se preparó para correr hacia algún lado y después de manera misteriosa vio como el hombrecillo se caía.
La Princesa Zelda parpadeó un par de veces, no había nada en el piso con lo que el horrible ministro se pudiera haber tropezado, cerró por un momento los ojos y después de sentir una presencia familiar irguió una sonrisa.