Capítulo 4.

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Mis ojos se abrieron con lentitud. Hoy no iba todo igual que cada mañana.

Efectivamente, mi casa estaba vacía. Mi teléfono no tenía mensajes y tampoco me había topado con notas en la cocina o el cuarto.

Llamé a Tikki, pero ella tampoco me contestaba, por lo que imaginé que estaría dormida.

Se me hacía tarde y debía terminar algunos encargos de clientes que leían mi blog y me pedían arreglos, joyas personalizadas, prendas de diseño excusivo...

Con ese tipo de trabajitos lograba sacar algo de dinero para la mitad del alquiler del piso y algunos caprichos.

Dichos encargos, los entregaba yo misma. Si tenía que enviarlos fuera de mi país o de mi ciudad, el precio se elevaba un poco para no tener que pagar el envío de mi bolsillo.

Y allí estaba, cerrando la puerta de la calle para salir y coger el metro hacia el lugar de encuentro del pedido. La persona que lo quería, fue y era una gran fan de Ladybug y Chat Noir, así que, me había encargado unos pantalones con dos patitas en el trasero y una sudadera con un dibujo de mi yoyó.

Al no tener idea de dónde se había metido mi Kwami, decidí dejarla en casa e ir tranquilamente.

El metro estaba lleno de gente. Normalmente sí que era muy utilizado, pero aquel día fue exagerado.

Una pequeña anciana corría con desesperación hacia en vagón en el que yo me encontraba. Llevaba un par de bolsas y las puertas estaban a punto de cerrarse.

Con rapidez y sin pensarlo, puse mi pierna para impedir que la señora se quedase fuera. Una contra la otra, las dos portillas me aprisionaron causándome un dolor intenso pero breve, ya que al sentir que algo las cortaba el paso, volvieron hacia atrás.

Cerré los ojos por el impacto y sentí una cálida y temblorosa mano sobre la extremidad golpeada.

-Gracias, mi niña.-Me habló la anciana haciéndome abrir los ojos.- Siento que te hayas lastimado por ayudarme.

Casi podía vivir la culpa que amenazaba en su mirada y coloqué mis manos sobre las suyas.

-Gracias a usted por ayudarme a ver que aún queda gente agradecida.

Mi sitio por suerte no había sido ocupado, por lo que se lo cedí a la dulce y anciana mujer que me dedicó reverencias incluso al abandonar el tren en su destino.

El mío había llegado y al bajar sentí un vuelco de mi corazón.

No había dolor, yo estaba haciendo lo mismo. Pero la traición era un veneno mortal.

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Observé el mensaje de texto con la dirección adecuada y llamé al telefonillo de la valla de aquella casa de piedra.

-¿Quién es?-Escuché la voz con origen de aquel altavoz.

-Marinette. La chica del pedido online de la sudadera y lo demás.

Acto seguido, la verja se abrió y pasé hasta la entrada pruncipal.

Un hombre trajerado me llevó hasta las portonas que él mismo cedió indicándome que entrase.

La sala estaba totalmente a oscuras y sólo lograba ver un candelabro encencido iluminando.

-¿O-Oiga, me he equivocado de dirección?-Me dirigí al mayordomo temerosa.

-/¡FELICIDADES, MARINETTE!/.-Gritaron muchas voces conocidas a la vez.

Con un tipo de sensor, al parecer, todas las luces se encendieron permitiéndome ver al fin la conspiración.

Qué Ciegos Estuvimos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora