Capítulo 7.

510 28 2
                                    

QUEDAN 3 CAPÍTULOS.

Mirando a Chat Noir de reojo, observé la pantalla de mi celular. La llamada entrante era de un número extremadamente largo y sin prefijo numérico para indicarme que era de otro país.

-¿Sí?-Descolgué.

-Hola, buenas tardes. ¿Hablo con la señorita Marinette Dupain-Cheng?

-Sí, soy yo.-Confirmé.- ¿En qué puedo ayudarla?

-Pues verá,-Comenzó la mujer desconocida.- La llamo de la sección de psicología del hospital Hôtel-Dieu de París, en el que usted estuvo ingresada el día ocho de Agosto de este año. Como sabe, tras facilitarle el alta, se le pidieron datos como la dirección, DNI y número de teléfono. Yendo al grano, queremos citarla para que tengamos una pequeña sesión.

Por un lado, aquellas intenciones me estaban enojando, pero por el otro, era lógico querer saber porqué una chica con una cotidiana vida se intentaría "Suicidar". A pesar de que yo jamás intenté tal cosa. Nadie más que yo sabía lo que ocurrió aquella noche. Sin embargo, así aprovecharía para hablar de los repetidos sueños que tenía desde el accidente.

-Está bien. Dígame un día para reservarlo.-Contesté seria.

-Perfecto. ¿Qué le parece mañana mismo?

-Me parece bien.-Finalicé.

Colgué tras despedirme de la mujer.

Miré a Chat Noir. Pero decidí no decir nada. Hasta que sin previo aviso, el rubio me abrazó.

Seguimos en silencio aunque en mi caso, la respiración se me había tornado entrecortada.

-Ch-Chat...-Musité.

-Marinette... Quiero saber qué hacer para que me perdones. No soy capaz de tenerte cerca y que ni siquiera me dirijas la palabra.

Su voz, a pesar de sonar serena, tenía un toque de tristeza y miedo. Era lógico. Si de verdad sentía algo por mí, los nervios probablemente le estaban jugando una mala pasada.

-Chat Noir.-Le llamé.- Yo no quiero más mentiras piadosas. No quiero que nadie sienta pena por mí. ¡No quiero perderte por una estupidez!

Al momento de soltar todo aquello, mis ojos se abrieron de par en par y mi mano se posicionó sobre mi boca.

El chico no dio señales de moverse. Sólo una.

En un rápido movimiento me aprisionó contra la parez. Acercó su cara a la mía rozando nuestras narices y quedándose a excasos centímetros de robarme el existir.

Ambas respiraciones eran pesadas, la una sobre la otra.
El rubio esperaba mi permiso para asesinar el poco espacio que nos separaba.

Asentí con un movimiento de cabeza y él no esperó ni un sólo segundo para besarme con deseo.

Yo no me quedé quieta. Lo primero que busqué fue la melena dorada de mi acompañante para alborotarla al son de nuestros deseos.

El minino no tardó mucho en levantarme con mis piernas alrededor de su cuerpo.

-Hoy domino yo, Princesa.-Susurró en mi oído para tumbarme en la cama después.

Gracias a un control remoto, atenuó las luces del lugar.

Sus manos sujetaron las mías con fueza impidiéndome todo tipo de movilidad.
Se colocó sobre mí y atacó mi cuello con pasión succionando al tiempo que avanzaba. Soltó una mano para buscar en el cajón de la mesita. De él, sacó algo que no alcancé a ver.

Qué Ciegos Estuvimos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora