Capítulo 3.

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Alya me miraba como si yo fuera una cualquiera. Su expresión me hacía sentir realmente mal.

-¿Entonces estás diciendo que si uno de los dos está con otra persona, el otro se queda solo y eso os da miedo?- Cuestionó Alya con la cucharilla en su boca saboreando la espuma del café.

Asentí. Era exactamente como ella lo había dicho, sólo que lo que yo dije de perdernos el uno al otro no estaba bien expresado.

La razón era que si uno de los dos salía ganando, el otro caería en un mar de soledad.
Fuera del famoso acuerdo, Nath y yo nos queríamos, no era amor, pero sí mucho aprecio.

Miré al suelo sin saber a qué se debía la opresión de mi pecho.

-Marinette...-Me abrazó mi amiga acariciándome el pelo a su vez.- Sabes que no voy a juzgarte jamás por lo que hagas... Pero no comprendería nunca que dejases escapar tu oportunidad de ser feliz junto a Adrien por no hacer daño a Nathaniel. Además... ¡Él te está engañando, por el amor de dios!

Alya era la persona más justa que conocía. Su forma de animarme no tenía límites.
Esta vez, escucharía a mi corazón y hablaría con Chat. Aún no era capaz de mirarle sin máscara...

Mi amiga y yo pasamos la tarde de forma tranquila charlando sobre Nino y ella y sus planes de boda. En efecto, Alya y Nino se casarían aproximádamente en 6 meses al terminar ambos la universidad. Ya llevaban viviendo juntos casi dos años y saliendo desde los quince.

Gracias a la morena logré olvidar todo ese asunto. Hasta que ella se fue...

-Venga, Nath no regresa hasta tarde. Ve a la Torre Eiffel y llama a Chat.-Animó ella.

Asentí algo nerviosa.

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-Chat... Ven a la Torre Eiffel... Tengo que hablar contigo...

Al otro lado del teléfono se escuchaba una respiración silenciosa acompañada del sonido que indicaba que el receptor acababa de colgar.

Suponía que se encontraba mal por algo así que quise esperar por si venía.

Pasaron minutos...

Media hora...

Una hora...

Estaba a punto de transformarme de nuevo para marcharme cuando la voz de cierto chico me frenó.

-¡Espera!

Me volteé a mirarle descubriendo que tenía su cabeza agachada hacia el suelo.

El silencio dominó nuestros minutos que pasaban con gran lentitud.

Chat no se movía, y yo tampoco. No eran necesarias las palabras para saber que algo no iba bien.
Su cola se meneaba suavemente de un lado a otro delante de la barandilla mientras él aún continuaba de cuclillas.

Mi abuela me dijo una vez, que los gestos hablan por sí sólos. Sobretodo en los hombres. Ahora era el momento de que la inocente Marinette se percatara de lo la rebelde Gina la quería decir.

Chat saltó hacia mí haciéndonos caer a ambos y quedando él sobre mí.

Nuestros besos caminaban por tierras hostiles que ambos deseaban explorar desde hacía tiempo.

Sus grandes y firmes manos se abrían paso por entre mis caderas hasta llegar a palpar mi trasero y mis tonificados muslos. Las lenguas residentes en bocas ajenas comenzaron a tantear cada una su contraria investicando cada rincón para memorizarlo.

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