Hola, soy Miguel, hoy he ido a casa de mi tía para la reunión familiar anual.
A mi tía le gusta salir de fiesta casi cada noche. Hoy nos ha llevado a cenar a un restaurante a cinco calles de su casa. Por fuera parecía que el local lo hubieran pintado con hollín por todas las paredes y ventanas, incluyendo la puerta.
La comida no era tan mala como esperaba, pues tenía un saborcito dulce sospechoso. Al salir mis padres parecían un poco ebrios, aunque solo habían tomado una copa de cerveza cada uno.
Mi tía había bebido más, unas siete u ocho copas. No entiendo cómo puede seguir en pie.
Solo quedaban dos calles más para llegar a la casa, cuando un par de hombres mugrientos salieron de un callejón que no había visto antes. Saludaron a mi tía y ella nos los presentó como Bill y Ethan, amigos suyos. Estaban sonriendo de una manera que puede llegar a ser terrorífica.
En mi mente estaba imaginando que aquellos hombres nos iban a matar, pero llegamos a la casa sin un solo rasguño.
En cuanto pude me fui a la cama, seguía teniendo las sonrisas de aquellos hombres grabadas en la mente.
Todo estaba en calma, y yo ya había conseguido conciliar el sueño cuando, de repente se oyó un chillido.
Parecía venir de un par de calles más abajo. Un minuto después oí algún animal grande trepando por el árbol delante de la casa de mi tía. No pude resistir la curiosidad y miré por la ventana, mi tía estaba bajando el árbol con una bolsa de basura vacía. En ese momento pensé que quizá fuera a recoger basura de fuera. Aunque eso a las dos de la madrugada no tiene demasiado sentido, ¿verdad?
En mi cabeza intentaba convencerme de nada malo estaba pasando, hasta que mi tía volvió con la bolsa llena y subió por el árbol. A saber que estaría haciendo a aquellas horas.
No me di cuenta y me dormí, y cuando desperté eran las seis, todavía estaba oscuro.
Entonces se escuchó otro grito. Esta vez provenía del salón. Ya no aguantaba más, quería saber que pasaba y quién o qué había en la casa.
Al llegar vi a mi madre en un sofá que siempre apestaba a lejía, estaba todo manchado de sangre y mi tía estaba empuñando un cuchillo. Le estaba cortando las extremidades una a una y dibujándole una sonrisa como la de los dos hombres con el cuchillo.
Era incapaz de moverme, pero tampoco podía seguir viendo aquello. Giré la cabeza hacia la cocina y vi a Bill y a Ethan observando encantados esa escena que no era precisamente agradable. El miedo se apoderó por completo de mí, me fui corriendo al lugar más lejano del salón, que inconscientemente pensé que era el desván, al que mi tía nunca nos ha dejado subir porque dice que está lleno de trastos y polvo y no querría que viéramos tal pocilga.
La verdad es que no había tanto polvo, solo muchos muñecos a tamaño real y un pestazo que ha intentado tapar con ambientador.
Se oyó otro grito, esta vez reconocí la voz, mi padre. No me acordé de ayudarle, cegado como estaba por el miedo y ahora iba a acabar como mi madre. ¿Vendrían a buscarme a mí también?
Me senté junto a uno de los muñecos y lloré hasta que noté que eran muy blanditos y que eran los muñecos los que olían tan mal. ¡Eran cadáveres!
Reprimí un grito para que no me oyeran aunque minutos después mi tía y sus amigos subieron al desván, ella primero y ellos detrás cargando con los dos cadáveres.
Entraron a lo que pensaba que era un baño y metieron los cuerpos inertes en una bañera con una sustancia que los cubría y hacia que parecieran de plástico. Los llevaron al otro lado del desván y se fueron.
Eran terroríficos, las sonrisas del cuchillo estaban cosidas, al igual que las extremidades, haciendo que parecieran muñecos de trapo.
Escuché que mi tía y sus amigos se iban a tomar unas copas y aproveché la oportunidad para escapar. Me llevé la cabeza de uno de sus muñecos mejor cuidados.
Fui directo a la policía y lo conté todo, buscaron a mi tía pero pasaba muy poco tiempo en la casa. Para acabar con ella decidí enviarle la cabeza de muñeco que robé el día que la descubrí. Al día siguiente de haberlo enviado me llegó la noticia de que se suicidó. Mi plan funcionó.
Ahora es el último día que pasaré en este centro de menores, mañana cumplo dieciocho.
Me trasladaré a la casa de mi difunta tía y ahogaré las penas de ser huérfano con los mismos pasatiempos que ella.