CAPITULO XXXI - Cenicienta.

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Sé que media hora no es mucho tiempo, pero, cuando uno se encuentra en un lugar repleto de personas desconocidas y sin mucho por hacer, los minutos pasan con letargo. 

Me había sentado en un diván antiguo próximo a una de las ventanas, y desde allí contemplaba ensimismada los majestuosos jardines que rodeaban a todo el edificio. De vez en cuando, echaba un vistazo hacia mis espaldas, mirando cómo las parejas del centro bailaban y parecían disfrutar de la velada. Yo no tenía idea de cómo bailar, así que no me sentía mal por no tener pareja de baile.

Ámirov había dicho que no tardaría. Me acordaba de sus palabras cada vez que veía el reloj enorme de pared, incrustado en los bloques de piedra, por encima de las escaleras que le daban la bienvenida a los invitados. 

Aquellas no eran las únicas palabras que recordaba: Tal vez no te agrade lo que vaya a decirte, pero... ¿Qué era lo que iba a decirme? ¿Por qué podría no agradarme? Maldecía la hora en la que el señor Gale nos había interrumpido. Asimismo, evitaba hacerme ideas extrañas o sumamente pesimistas. De seguro es algo sin importancia, me dije a mí misma, con tal de consolar a la ansiedad que trepaba por mi cerebro como una serpiente.

Miré de reojo hacia el grupo de miembros del Consejo. No quería delatarlos, es decir, su reunión suponía pasar inadvertida por ser clandestina, por lo que, en todo ese tiempo sólo había mirado dos veces en dirección a ellos. En comparación a lo animados que estaban en un comienzo, ahora se encontraban todos mucho más serios. 

Cuando Ámirov me divisó entre la multitud, señaló su cuello. Entorné mis ojos por un instante, hasta que recordé aquello de tocar mi collar como una señal, y entonces negué con mi cabeza disimuladamente.

Aparté mis ojos de él, sobresaltada, en cuanto una personase sentó a mi lado. 

Por el rabillo del ojo, sin querer ser demasiado obvia, vi que se trataba de una señora de largo cabello rubio platinado, varias cirugías plásticas en su rostro, piel bronceada y un llamativo vestido color rojo escarlata.

- ¿Tu padre es uno de ellos? -me preguntó antes de beber un sorbo de su copa. Champaña, creo, por lo burbujeante. 

Ella había movido su mentón en dirección al grupo en el que estaba Ámirov. Miré hacia el grupo y permanecí en silencio, sopesando qué y cómo responder. Tal vez sea una trampa, fue lo primero que acudió a mi mente, pero luego lo descarté. ¿Porqué se dirigirían a mí en caso de serlo? Si mi familia no tenía relación alguna con ellos, serían los peores infiltrados, espías o lo que fueran.

De todos modos, por más que pensase, la rubia se me adelantó:

- Mi esposo es el de traje gris. Se llama Wilson.

Fruncí los labios, buscando algún traje de color gris. Solo había uno.

- ¿El señor Gale?

La señora a mi lado hizo una mueca.

- Veo que los conoces.

¡Rayos! Maldije en mi interior por haberme delatado. Solo conocía a un par de los presentes y justo uno de ellos era el que ella había indicado. Mi suerte no podía ser peor.

- No te preocupes -dijo con su voz ronca y grave, de seguro que por el tabaco-. No les debe de quedar mucho por hablar. Tom está bostezando, eso quiere decir que están a punto de despedirse.

Sonreí entre dientes, entreviendo la escena, y  pasé a mirar en su dirección. Parecía conocer a todos muy bien. Iba a hacer una pregunta, pero, justo cuando abrí mi boca para decir algo, un mozo pasó por nuestro lado y ella cambió su copa vacía por otra llena.

2033Donde viven las historias. Descúbrelo ahora