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Recuerdo que salí muy temprano de casa, era fin de semana y, como de costumbre, llevé mi mochila con todas las cosas que utilizaba para dibujar, sin ella era imposible salir

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Recuerdo que salí muy temprano de casa, era fin de semana y, como de costumbre, llevé mi mochila con todas las cosas que utilizaba para dibujar, sin ella era imposible salir. Aunque ha decir verdad, ese día no se registraron muchas personas en el entorno, tal vez por el clima; el cielo tenía un tono grisáceo el cual me había hecho recordar cuando dibujé al anciano que repartía maíz a las palomas, sus ojos estaban así como se percibía el cielo, sumamente gris. Ese día mientras oscurecía, una señora se sentó frente a mí con su bebé en brazos y así como llegó, también lo hizo la lluvia. Cada quien avanzó deprisa hacia una dirección, yo corrí rápido hacia casa antes que las pequeñas gotas crecieran y me empaparan por completo, por lo que me fue imposible dibujar al bebé que estaba cargado en brazos de la señora. Sin embargo, independientemente de aquel anciano y del asemejo de sus ojos con el cielo gris o de aquel bebé en brazos de la señora que se fue por la lluvia, lo que menos pensé fue que ese iba a ser el último día en que plasmaría un dibujo en mi cuaderno; lo que menos pensé fue que después de ahí, ibas a cambiar de esa manera mi rutina... y mi vida.

Los ojos que nunca pude leer ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora