Uno.

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Una horrible mezcla de colores se encontró en su pupila. Verde, morado, rosa, naranja, amarillo. Manchas, formas irregulares que se escurrían antes de que pudiera distinguirlas.

Hasta que, de repente cesaron; dejando en su lugar una nube de polvo negro, que dificultaba la visión del paisaje. Un extraño halo de luz la carbonizó, dejando al descubierto un oscuro cielo nocturno, sin evidencias de estrellas. A su derecha había una edificación en hielo, parecido a una fortaleza por la que asomaba la parte superior y puntiaguda de una de las torres. Thea se acercó hacia aquel extraño castillo, observando como un camino rosa brillante se creaba a su paso.

Sabía lo que ocurría ahora. Contó.

Tres.

Dos.

Uno.

Y todo se derrumbó. El hielo amenazaba con clavarse en la hierva helada que cubría todo el paisaje, muerta; y el polvo que desprendían las ruinas se convertía en nieve, tan fina como el azúcar glas, con trozos punzantes de hielo, que salían disparados hacia ella.

Thea se agachó y un carámbano de hielo rozó la parte superior de su pierna, provocando que un líquido azul brotara de ella, en lugar de la sangre.

Ahora todo estaba en ruinas. La nieve seguía cayendo, sin prisa. En calma.

Exceptuando una figura fina y tonificada, que corría ahora hacia las ruinas. El movimiento de su pelo ondulado producía un haz de luz tras de si.

El corazón de Thea dio un vuelco. - ¡Cristie! -Intentó gritar. Pero no tenía voz. Aquello no había ocurrido otras veces. La herida ardía, pero aún así se levantó, dejando un rastro de sangre azul tiñendo la nieve. Cristie seguía corriendo, derritiendo la nieve a su paso; Thea, mordía sus labios para intentar disimular el dolor que provocaba la herida en su pierna. Llevó la mano a ella. Su sangre quemaba. Dirigió la mirada hacia Cristie, rezando para que el trozo de hielo que iba hacia ella, puntiagudo y estrecho; no le atravesara el estómago.

Pero, para la sorpresa de Thea, no lo hizo.

El carámbano de hielo partió diez centímetros antes de llegar a ella, y los miles de cristales resultantes la esquivaron como si fueran polos opuestos de imanes, cayendo brillantes al suelo.

Thea, boquiabierta, siguió a Cristie hasta el interior de las ruinas, no sin antes mirar los cristales de hielo ya casi líquidos en el suelo. Seguía creando un sendero rosa detrás de ella, ahora manchado de extraña sangre azul.

Thea subió el ritmo, con la herida ardiendo bajo su cadera. Extendió la mano y rozó con sus dedos el cabello ondulado de su hermana, Cristie. Justo en la entrada de las ruinas del frío palacio, derritiéndose a su paso.

-Es una jodida marmota. -Susurró Cristie, cruzada de brazos enfrente suyo.

Thea se frotó los ojos, procurando calmar los latidos de su corazón.

Al lado de Cristie, estaba Finn, su mejor amigo. La miraba con una sonrisa de medio lado y la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha, como un cachorro de Golden Retriever.

Era unos diez centímetros más alto que Cristie, y eso que ella llevaba unas botas con la suela gruesa.

Thea observó como contrastaban los colores de sus respectivos cabellos: Rubio y corto el de él, largo y caoba el de ella.

-Llegamos tarde- Aclaró Finn sin dejar de sonreír, intentando exculpar el comportamiento de Cristie.
El siempre actuaba igual, disculpándola, sin que se notara demasiado. Daba lo mismo que la que estuviera delante fuera Thea, su hermana melliza.

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