Tres.

108 10 1
                                    

Thea caminó por el pasillo acompañada únicamente de su amiga Aria.

Su pelo era liso y corto, por los hombros, y acababa en pico. Sus ojos eran color chocolate, y su piel parecía débil como la porcelana.

Aria había llegado nueva hacía dos años, desde Sidney, Australia. Tenía un hermano pequeño llamado Hayes, que era igual que ella, pero con seis años.

Entraron en la clase mientras decenas de bolas de papel arrugadas la sobrevolaban.

Diez minutos despues de empezar la clase de historia, la puerta se abrió de golpe. El director entró seguido de un chico pelirrojo y bastante alto. Lucía unos preciosos ojos verdes que contrastaban contra su pelo rojizo. Incluso más que el de Thea. Sus pómulos se marcaban a través de su piel. Thea se mordió el labio sin darse cuenta. Era muy guapo.

-Quería presentaros -Dijo el director. -A vuestro nuevo compañero Jack. Viene del norte de Londres y espero que le tratéis bien.

Thea rodó los ojos. Siempre lo mismo.

El único sitio libre era detrás suyo, a sí que el nuevo compañero pasó por la derecha de Thea. Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras Jack ocupaba el asiento libre. Notaba su mirada clavada en la espalda.
-¿Estás bien? -Susurró Aria. -Estas más pálida de lo normal.
-Si, tranquila. Es que tengo algo de frío.
Thea puso la mano encima de la de Aria, y ella, como respuesta, Aria puso su otra mano encima de la de Thea, y apretó, para darle calor.
Aún así, la sensación solo desapareció cuando se quedó dormida.

Una horrible mezcla de colores se encontró en su pupila. Verde, morado, rosa, naranja, amarillo. Machas, formas irregulares que se escurrían antes de que pudiera distinguirlas.

Hasta que, de repente cesaron; dejando en su lugar una nube de polvo negro, que dificultaba la visión del paisaje. Un extraño halo de luz la carbonizó, dejando al descubierto un oscuro cielo nocturno, sin evidencias de estrellas. A su derecha había una edificación en hielo, parecido a una fortaleza por la que asomaba la parte superior y puntiaguda de una de las torres. Thea se acercó hacia aquel extraño castillo, observando como un camino rosa brillante se creaba a su paso.

Sabía lo que ocurría ahora. Contó.

Tres.

Dos.

Uno.

Y todo se derrumbó. El hielo amenazaba con clavarse en la hierva helada que cubría todo el paisaje, muerta; y el polvo que desprendían las ruinas se convertía en nieve, tan fina como el azúcar Glass, con trozos punzantes de hielo, que salían disparados hacia ella.

Thea se agachó y un carámbano de hielo rozó la parte superior de su pierna, provocando que un líquido azul bortara de ella, en lugar de la sangre.

Ahora todo estaba en ruinas. La nieve seguía cayendo, sin prisa. En clama.

Exceptuando una figura fina y tonificada, que corría ahora hacia las ruinas. El movimiento de su pelo ondulado producía un haz de luz tras de si.

No. Cristie otra vez no. -Pensó.

El corazón de Thea dio un vuelco. - ¡Cristie! -Intentó gritar. Pero no tenía voz. Aquello no había ocurrido otras veces. La herida ardía, pero aún así se levantó, dejando un rastro de sangre azul tiñendo la nieve. Cristie seguía corriendo, derritiendo la nieve a su paso; Thea, mordía sus labios para intentar disimular el dolor que provocaba la herida en su pierna. Llevó la mano a ella. Su sangre quemaba. Dirigió la mirada hacia Cristie, rezando para que el trozo de hielo que iba hacia ella, puntiagudo y estrecho; no le atravesara el estómago.

Inizio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora