Capítulo 3

28 6 43
                                    


Estaba estupefacta, mis sentidos se paralizaron y por mi cuerpo recorrió un terror profundo. No podía recordar nada de lo anterior, pero tenía la certeza de que en ese preciso momento podría reconocer a la perfección el terror más morboso y profundo que me haya atravesado jamás.

No entendía absolutamente nada. La mujer del sueño, hasta unos segundos antes de verla en televisión, me era insignificante, irreconocible, una mujer con la que podría haber soñado cualquier persona sin tener ni una mínima sospecha de que aparecería en los medios, y mucho menos muerta.

Daisy se percató de mi estado de shock e inmediatamente puso su atención en mí y en el estado de temblor en el que se encontraba mi cuerpo, y mientras intentaba calmarme me preguntó con verdadera preocupación qué era lo que me pasaba. Hubiese sido lógico si le contaba la verdad, si le explicaba y le contaba con veracidad sobre mi sueño y dicha mujer, si le confesaba con pena todo lo que estaba pasando por mi mente. Pero no. No lo hice.

Algo que no supe explicar me atravesó completamente, una especie de escalofrío intenso se coló en mis huesos, y no era precisamente por el clima gélido, porque en el hospital había una temperatura estable. Era una especie de alerta que provenía de los lugares más recónditos de mi ser. Supe distinguir mi instinto y no me gustó nada. El mal presentimiento se apoderó de mí, y por primera vez desde que me desperté en aquel desolado lugar, mi mente me susurraba cosas que, esta vez, no parecían tan desquiciadas: “Oculta la verdad”, “No se lo digas”, “Ten cuidado”, “Ya habrá tiempo”, “Miéntele”. Y aunque me costaba mucho no poder desahogarme con una persona que había sido de mucha ayuda para mí, no podía confiar en ella todavía, no del todo. Por eso lo hice. Dije lo primero que se me vino a la mente, mintiéndole descaradamente en la cara, con vergüenza y temor a que ella pudiera descubrirlo.

—Solamente me dio tristeza la noticia de su muerte—. Dije señalando al televisor con mi dedo índice. —Encuentro su situación muy chocante y casi puedo sentir el dolor de  toda su familia. Creo que…

—¿La conocías?— Me preguntó secamente, interrumpiendo mi relato. Cuando dio un vistazo a donde yo señalaba se había quedado de piedra y su rostro cambió completamente. Parecía no haber notado las trágicas noticias hasta el momento en el que yo se lo remarqué. Creo que estaba demasiado inmersa en sus asuntos como para poner atención en el programa, pero en cuanto lo hizo realmente pareció perturbarla.

—No, Daisy. No puedo recordar absolutamente nada—. Dije certeramente. A ella no la recordaba, no tenía la menor idea sobre aquella persona, simplemente se me había presentado en un —muy perturbador— sueño.

—Ah—. Respondió un tanto relajada, pero como si aún no hubiese bajado del todo su guardia. No me gustaba nada.

—¿Por qué?— Pregunté extrañada. Sabía que si llegaba a responderme no sería nada bueno. No tenía idea del porqué, solamente lo sabía. De nuevo ese presentimiento extraño.

Pareció dudar un momento y miró como si buscara algo desesperadamente en esa pequeña sala de espera. Luego me miró a los ojos y entornó los suyos.

—Porque yo sí reconozco a esa… maldita—. Soltó con odio y asco en su rostro. —Pero no pienso hablar ahora de ella, si quieres respuestas las tendrás al llegar a casa—. Se volteó en su asiento y tomó una revista para leer tranquilamente, haciendo de cuenta que nada había pasado, aunque sus ojos se notaban vidriosos, como si estuviese reprimiendo algunas lágrimas.

Yo no pude pasar por alto sus palabras y en ese momento, realmente más que antes, mi mente se había vuelto un verdadero caos.

No pasó mucho tiempo para que el médico nos llamase y en cuanto lo hizo, nos abrimos paso por la puerta hacia su consultorio.

Inmerso en las tinieblas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora