Capítulo 2

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  Creí haber dormido al menos una noche entera, pero según Daisy sólo habían sido un par de horas.
  Había soñado, de esos sueños en los que uno al despertar se asusta por lo realista que fue aquello. Un sueño horrendo desde cualquier punto de vista, en el que me encontraba yo junto con dos personas más a las que desconocía. Supuse que, tras todo lo vivido hasta el momento, sería lógico que mi subconsciente generase pensamientos del tipo tenebrosos, por lo que decidí no darle importancia alguna.

Cuando Daisy me dijo que me acompañaría al hospital recordé el corte en mi costado izquierdo y el resto de heridas en mi cuerpo, y recién entonces caí en cuenta de que tendría que reportarme a la policía por mi desaparición, o al menos contar con ayuda... Ayuda profesional.

Daisy me ofreció su baño para asearme un poco, ya que mi cuerpo estaba repleto de polvo y suciedad por haber pasado –quién sabe cuánto– demasiado tiempo inconsciente en aquel lugar. Sin contar que algunas partes de mi cuerpo estaban cubiertas de costras producidas por la sangre ya endurecida.
  Agradecí y acepté gustosa la invitación a un baño caliente y me adentré en aquel baño condecoroso, repleto de colores tenues escogidos a la perfección que combinaban con la esencia lúgubre de aquella habitación.

Me quité la ropa y la acomodé cuidadosamente sobre la tapa del báter, después de todo era la única que tenía y, aunque estuviese en condiciones impresentables, debería volver a ponérmela.
  Me quité el vendaje –que me había colocado la anciana– con mucho cuidado y procuré no tocarme la herida con brusquedad, debido que, aunque estuviese cicatrizando, me preocupaba que pudiese abrirse nuevamente.

Cuando el agua se deslizó por mi cuerpo, no pude evitar suspirar y relajarme.
  Me pregunté a mi misma dónde quedaría mi propia casa y qué tan lejos se encontraría. ¿Quedaría en esta misma ciudad?
Traté de imaginar cómo sería y cuántas personas vivirían en la misma. Me imaginé jugando con niños en un patio inmenso, todos riendo y disfrutando de la compañía mutua, y por una fracción de segundo desee que mis pensamientos fuesen la realidad.
  Pensé en mi familia; claro que no la recordaba, pero si la tenía, debían de estar muy preocupados por mi y debían de extrañarme. Si realmente tenía al menos un familiar, este tendía que haber hecho una denuncia a la policía, ¿no?
  Me senté en el piso de la ducha, mientras dejaba que el agua caliente golpeteara directamente en mi cabeza, dejándola a la intemperie de las rudas
gotas que caían haciendo un ruido seco. Pensé que tal vez con eso podría recordar aunque sea algo pequeño, algo que sea de ayuda para, por lo menos,
tener un comienzo. Pero nada.

Cuando terminé de ducharme me sentía un poco mejor; mi cuerpo entero estaba limpio y mi cabello olía al champú de flores. Los alrededores de la gran
herida estaban aseados, aunque a causa del agua caliente la costra se había ablandado y el corte se había abierto un poco.
  Me dio un poco de repelús tener que ponerme la misma ropa, porque ahora que lo notaba, desprendía cierto olor nauseabundo.
  A pesar de que la idea me
desagradaba totalmente, tuve que hacerlo porque no me quedaba de otra, así que conteniendo la respiración, me vestí.

Salí del baño con la toalla en mano. Estaba lista para agradecerle a Daisy
nuevamente y para dirigirnos hacia el hospital.
  Cuando escuchó la puerta abrirse, vino inmediatamente hasta donde me encontraba y me dirigió una sonrisa, pero a medida que me recorría con la vista se llevó la mano a la boca e intentó reprimir, sin éxitos, una carcajada.

—¡Cariño, lo siento, lo siento!—. Se disculpó entre risas, y aunque yo no entendía el porqué de su repentina gracia, me uní a su contagiosa risotada.

Cuando pudimos tomar aire para respirar le pregunté qué era lo que pasaba, qué fue lo que le había causado tanta risa.

—Cariño, cuando te vi pulcra me sentí feliz por ti. Quién sabe cuánto tiempo y en qué condiciones estuviste en ese horrendo lugar—. Hizo un desdén con las manos. —Pero cuando observé tu ropa caí en cuenta de que no te había prestado ninguna muda y que, por consiguiente, tuviste que ponerte la misma sucia.— Sonrió y se dio unos golpecitos con los dedos en la sien.

Inmerso en las tinieblas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora