Capítulo 1

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«Hay ciertas casualidades que nos cambian, llámenlo destino o como quieran. Muchas veces porque buscas algo más, algo que te llene. Pero en realidad, si miras con detenimiento te darás cuenta de que lo poco que tienes... Muchas veces es más que suficiente.»

Damián sale de casa rápidamente, como si pudiera huir de sus pensamientos y, también, como si pudiera retrasar lo inevitable. Se detuvo frente al auto negro en la entrada, el cual estaba siendo llenado con maletas por varios empleados. Desvió su rostro conteniéndose para no volver a casa y olvidar el poco agradable asunto que lo envolvía.

—¡Amor!

Se volvió hacia aquel grito, su padre estaba tras él, pero el grito no era de aquel, sino de su madre que gritaba desde la entrada de la casa. Con su cabello despeinado y vestida con una ligera bata que la cubría de pies a cabeza, salió a abrazar al padre de Damián. Ella lo miraba con adoración.

—Oh, amor.

—Cielo... Volveremos pronto.

Damián desvió el rostro con repulsión. Su padre sabía fingir a la perfección.

Damián entendía que su madre lo amara, y que en aquellos momentos delicados de su salud ella buscara refugio en él. ¡Pero es que si tan sólo ella supiera la verdad! ¡Si tan sólo pudiera recordar un poco de él y oírlo sin romperse! Pero en lugar de eso, su madre, que estaba atravesando la segunda fase del Alzheimer, parecía haber perdido el hilo de su entorno. Pero su padre era el único al cual aún podía reconocer con exactitud. Ella no podía recibir noticias fuertes e incluso había olvidado un vacío que tenían en casa hace ya año y medio. Cosa que él no olvidaba aún.

Damián se subió al auto antes de que su padre lo hiciera y se apresuró a ponerse los auriculares en las orejas. Sabía que su padre intentaría hablar con él como muchas veces antes, por eso debía tomar precauciones, porque él sabía la verdad, y nada ni nadie lo haría cambiar de opinión.

Damián era un chico alto, delgado, de bellos ojos miel. Era considerado un chico muy guapo, pero no era muy pretendido, ¿porqué? Las chicas solían decir que no tomaba nada en serio, y era cierto. Damián odiaba que alguien se adentrara en su vida sin permiso, y nadie lo tenía. Reía ante todos, hacía bromas y fingía hacer el tonto frente a los demás. Nunca tomaba en serio una amistad por mucho que los demás pusieran de su parte. Damián en realidad tenía un lema que solía repetirse a diario:

"No puedes querer a alguien si no te quieres a tí mismo"

Damián en realidad se odiaba, y había una sola razón para ello.

Se parecía mucho a su padre.

—¿Te gusta la casa? La compré hace algunos años, cuando tenía una sucursal aquí. Tu madre no llegó a conocerla.

Ambos salieron del auto. La casa era relativamente grande, el frente estaba cerrado con una gran puerta de rejas blancas y había un hermoso patio verde antes de llegar a la puerta principal, la casa era de dos pisos y estaba pintada de un bello color pastel con decorados blancos. Dignos del apellido Gredh.

La familia de Damián era particularmente rica, a decir verdad, muy rica. Sin embargo, nada tenía que ver con su padre, por el contrario, todo ello era gracias a su madre. La familia Diaz era dirigida por el señor Marco Diaz, un hombre de origen español que había ido a Amsterdam por cosas del destino, se estudió y se convirtió en un empresario exitoso que revolucionaría el mundo de las Editoriales. Él dejó a cargo a su hijo un poco antes de morir, y éste de igual manera. Todos los hombres de la familia Diaz eran hijos unigénitos, es decir, los primeros y los únicos. Todo se había mantenido así hasta que Jonh, abuelo de Damián, fue el único en dar una hija a la estirpe familiar. Y, decidido a dar su apellido una sola vez, no volvió a tener más descendencia. Su madre había sido criada con amor y paciencia, era la princesa consentida de los abuelos y familiares cercanos, ella aprendió sobre el negocio lista para dar cara y tomar las riendas de la Editorial Diaz, y ella al igual que su padre, deseaba crear una nueva perspectiva y orden en su línea familiar. Pero en la cúspide del éxito, se enamoró de Austin Gredh, uno de los trabajadores de la Editorial. Amor a primera vista, un romance que daría fruto a una boda seis meses después. Ella estaba tan enamorada de él que pronto concibieron un niño, pero este no bastaba y ella no estaba dispuesta a tener uno solo, así que dejó el cargo en la empresa a su esposo Austin y concibió otro, para ser una ama de casa feliz y amorosa.

—Esta es su habitación, joven.

Una pequeña anciana lo dirigió escaleras arriba hasta el cuarto del fondo, Damián miró el interior del mismo, una habitación blanca, con una cama, un escritorio y un baño privado. Había una ventana que desearía cerrar después de que la empleada saliera de su campo visual, sin embargo ella se movió hacia el lado izquierdo de la habitación y abrió un cajón que Damián no había notado, al parecer el armario estaba en la pared y como estaba en la misma tonalidad era imposible encontrarlo a primera vista. La mujer removió ciertas cosas y miró a Damián.

—Puede guardar sus cosas aquí joven y, también, si desea puede dejar que lo haga yo en su lugar —Damián se negó rápidamente, no le gustaba dejar que otros hicieran algo que él podía hacer con facilidad, era una de las cosas que su madre había dejado muy cimentado en él —. Bien. Me retiro.

—Gracias.

La vio dirigirse a la puerta pero entonces ella se detuvo.

—Cierto, joven —se volvió hacia él —, su uniforme está guardado en la pechera junto a los cajones.

Salió entonces, Damián frunció el ceño. Se acercó a la puerta y notó una perilla pequeña, la abrió y habían varias camisas y sacos colgados en percheros. También zapatos al pie del mismo. Molesto cerró la pequeña puerta y salió de la habitación, llegó al despacho de su padre después de buscarlo rápidamente y lo enfrentó.

—No iré a un instituto aquí.

Su padre lo miró a los ojos y luego volvió a mirar los papeles que tenía en las manos, restándole importancia a la persona frente a él.

—Nos quedaremos un par de meses, no te retrasarás por esto.

—¡No es tu decisión!

—Responsabilidad, tuya, y mía. Ahora vete. Tengo trabajo.

—Esto no tiene nada que ver con lo que hemos venido a hacer aquí.

—No te atrasarás en los estudios, tu madre no querría eso.

Y tocó la yaga. Damián salió de su despacho mordiéndose la lengua, su padre sabía cuándo usar las palabras que mataban a Damián y, sobretodo, lo mucho que le afectaba hablar de su madre. Damián caminó fuera de casa y miró un poco los alrededores, la calle era vacía y no se oían ruidos. Tal vez ir por ahí lo despejaría. 

—¿Sabes Damián? Las notas musicales son infinitas, así como los números. Pero lo interesante es que la música es como la vida misma.

—No lo entiendo.

—Mira, la vida está llena de altos y bajos, de graves y agudos. Sólo tenemos que encontrar nuestra melodía. Esa es la que nos llevará a la felicidad. Porque nuestra vida entera... Nuestra vida entera es una canción.

—...me conocen en aquella institución y espero te sepas comportar, trata de llevar la fiesta en paz en lo que cumplimos nuestro tiempo en este lugar. Trataré de hacer nuestra estadía lo más corta posible.

Damián y su padre caminaban por los pasillos de la institución guiados por el inspector de aquel pabellón. Su padre había decidido acompañarlo el primer día y ser él mismo en mostrarle cómo llegar, ya que Damián iría solo después. Damián miraba las aulas sin interés, no podía mantener su mente tranquila. Llevaban tres días en aquel lugar y apenas y podía dormir, aunque no era como si él pudiera hacerlo desde hace mucho. Su padre hablaba con el inspector con calma y confianza, pero Damián no podía oírlos aunque lo intentara.

—Es aquí.

Se detuvieron frente a una puerta de madera, se oía un fuerte sermón en el interior y Damián pensó en lo problemático que le resultaría llegar en un momento tan incómodo. El inspector tocó la puerta un par de veces hasta que el silencio se hizo presente. Damián miró por el pasillo durante algunos segundos, y por un momento creyó sentirlo junto a él, tratando de darle ánimos.

«James...»

ScarlethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora