Día a día

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Los días fueron pasando, así como el curso transcurría poco a poco. Posé mis brazos sobre la mesa y apoyé la frente sobre esta mientras mis pensamientos se alejaban de la clase. Hacía unos días que no sabía nada de la Royal Academy, ni de sus jugadores. Era como si sus rastros se hubieran esfumado, y me sentía decepcionada conmigo misma.

SI hubiera sido lo suficientemente inteligente, estaría hablando con Joe. Y no limitándome a repetir una y otra vez sus partidos. Alcé la cabeza, conectándome con la realidad, y desvié la vista para mirar con ojos molestos a quien había osado lanzarme una bolita de papel a la cabeza. Fuera quien fuese, estaría muerto en menos de lo que cantaba un gallo.

—Ziiiiaaaa —susurró la conocida voz de Mark, quien se sentaba detrás de mí. Mi mirada, enfadada, lo atravesó. 

—¿Qué? —pronuncié en voz baja, mientras observaba la bola que se encontraba en el suelo.

—Que el profesoooor está delante tuyaaaaa, y lleva diez minutos observando como dormíaaaas —Enarqué una ceja, y le sonreí. Si el maestro se hubiera alertado de esto, ya me habría regañado.

Suspiré y me acomodé mejor en la silla, a la par que dirigía mi mirada hacia el frente. Daba por sentado que el dichoso hombre habría inundado la pizarra con cientos de nombres extraños. Pero... hay veces, que el mundo conspira contra ti. Hay noches que son días, y días que son noches. Y justamente, lo que yo creía una gran capacidad de intuición, era una cagada más grande que la... ¿Torre de Pizza? Pues, efectivamente, los ojos del aburrido hombre me miraban desde arriba, divertidos. 

—Y dígame señorita Swight, ¿quién fue Napoleón Bonaparte? —Sentí una gran sensación de incomodidad, pues todas las miradas se posaban en mí. 

Tragué saliva, y mostré la más segura de mis sonrisas. Si había algo que se me daba bien, era la asignatura de Historia. Y precisamente, esa pregunta era pan comido. Cambié mi posición a una llena de autoridad, siendo el centro de atención, sin titubear. 

—Napoleón, fue el hombre que descubrió América.

En contadas ocasiones, los astros se ponen en tu contra. Al igual que la vergüenza se hace dueña de tu alma. Y, en este día de hoy, nada bueno parecía estar pasando; pues bastantes fueron las risas que inundaron la clase. ¿Desde cuando Napoleón no era el descubridor de dicho continente? Pues, que yo sepa, el de los tiempos de la Revolución Francesa había sido Bécquer. ¿No?

El resto de la hora me la pasé en le pasillo, según Don Sabelotodo Historiador, no aguantaba tanta estupidez en su clase. ¡Todo el mundo tiene sus fallos! Y haber confundido nombres, no era nada malo. Así que, conforme las clases pasaron, me hundí más y más en la miseria. No había tiempo en el que pudiera atender a las explicaciones, solo pensaba en el rey de los porteros. Pues pese a haber perdido unos cuantos partidos, para mí seguía siendo incluso mejor que Mark. Y fue ahí, mientras escuchaba las palabras del capitán respecto a la estrategia en el próximo partido, cuando caí en la cuenta.

—¿Pero cómo mierda se peina el pelo? 

"Venga Zia, habla más fuerte. Que solo se te ha escuchado en Narnia. ¡El pobre Aslan estará cagándose en San Pito Palo por haberlo despertado de la siesta".

Axel me dio una palmadita en el hombro, y señaló su pelo mientras se lo revolvía un poco, hasta conseguir un débil parecido con el peinado que usaba Queen. Me quedé mirando unos segundos, mientras poco a poco, abría más y más los ojos y la boca. 

—¡Pareces un payaso! —grité, soltando unas cuantas carcajadas al igual que el resto del equipo.

—¿Acabas de decir que Joe es un payaso? —Todo sonido fue acallado, y mis mejillas se tiñeron de un rojizo color. Te juro, que si no llego a estar tan avergonzada, habría matado a Kevin. Maldito chupa chups de fresa.


No había jugador o gerente que no me intentara juntar con King, ni tampoco que no insinuara que yo estaba enamorada de él. ¡Todos tenían esa manía! No me gustaba, solo me sentía atraída. Fruncí el ceño, caminando por las calles de la ciudad. Me había quedado sola, Celia y Silvia ya habían llegado a sus casas, cosa que agradecía. Siempre me acosaban con preguntar acerca de Juan Queen, ¡ni que fueran el señor Espárragos!

Solté un suspiro, no tenía ganas de ir a casa. Así que me desvié hacia las afueras de la ciudad, en donde un parque que limitaba con el bosque se encontraba. No era un sitio tan maravilloso como el de la torre, pero en esta no tenía la garantía de alejarme de los del instituto. Necesitaba un tiempo sola, un tiempo... En el que investigar más acerca de las redes sociales del portero. ¡Llevaba mes y medio intentando averiguar cualquier cosa, aunque fuera una foto que guardar de él!

Pero claro, como este día era una santísima mierda. Nada bueno podía pasar, y en cuanto saqué mi móvil, un balón se hundió en mi rostro. Que a saber de donde había venido, porque me gustaría saber quien es el maldito enfermo que se pone a jugar al fútbol en un maldito bosque por el que pasean ancianitos y delicadas chicas. Y luego estaba yo, la salvaje que le partiría la cara al causante del chut. Miré alrededor, hasta dar con dos pequeñas sombras que me miraban escondidas, como si estuvieran aterradas. Algo que pude comprender. 

—Lo siento... —dijo una voz infantil, temblorosa. Mientras un pequeño se acercaba a mí, sumamente adorable, acompañado de su compañero. 

Me levanté; porque al recibir tal impacto, las ondas expansivas habían conspirado contra mi equilibrio y todas las leyes gravitatorias y físicas se fusionaron en busca de que mi culo se besara apasionadamente con el suelo. Hinché mis mofletes, mas les sonreí y les devolví el balón.

—Perdonados, pero tened más cuidado. Podríais hacerle daño a otra persona. —Me dedicaron una mirada preocupada, que me hizo extrañar. ¿Pasaba algo?

Un pañuelo, ligeramente húmedo, acarició mi mejilla. Me sorprendí, sin embargo el alivio que aquel contacto causaba era aún mayor. 

—Ya me encargo yo. —En cuanto aquella voz habló, los chicos se fueron, con una gran sonrisa en su rostro.

El chico que tenía su mano pegada a mi mejilla se puso frente a mí, agachándose un poco hasta quedar a mi altura.

—Lo tienes rojo, te han golpeado un poco fuerte.

—¡En el nombre de la señora de las bragas! —Aprende a disimular con Zia, parte uno. 

"Nunca mejor dicho, porque te has quedado sin las que tenías".

Y sí, me tocaba rezar a la nueva diosa. Joe King acababa de deslumbrarme con su tan hermoso aspecto.



El rey de los porteros [Inazuma Eleven]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora