¡Por nuestras claras, límpidas noches, por las noches de los rápidos corredores, por el hermoso batir la selva, la vista de largo alcance, por la buena caza, por la astucia de resultados certeros! ¡Por el aroma matinal, que humedece el rocío aun no evaporado! ¡Por el placer de ir tras las piezas que con terror incauto locas huyen! ¡Por los gritos de nuestros compañeros cuando al derrotado sambhur han cercado! ¡Por los riesgos de los excesos de la noche! ¡Por el grato y dulce dormir de día a la entrada del cubil!
¡Por todo esto vamos a la lucha!
¡Muerte, guerra a muerte juramos!
Fue después de la invasión verificada por la selva cuando empezó para Mowgli la parte más placentera de su vida. Sentía aquella buena conciencia que proviene de haber pagado sus deudas; todos los habitantes de la selva eran sus amigos y ellos sentían un cierto temor de él. Las cosas que llevó a cabo, que vio y que oyó cuando vagaba solo o en unión de sus cuatro compañeros, daría origen a muchos, muchos cuentos, tan largo cada uno de ellos como el presente. Así pues, no os referiré su encuentro con el elefante loco de Mandla que mató veintidós bueyes que conducían once carros de plata acuñada que pertenecía al tesoro nacional, esparciendo por el polvo las brillantes rupias; tampoco os narraré su lucha con Jacala, el cocodrilo, durante toda una noche en los pantanos del Norte y cómo rompió su cuchillo de desollador en las placas de la espalda del animal; ni tampoco cómo encontró otro cuchillo más largo que pendía del cuello de un hombre que había sido muerto por un oso, y cómo siguió las huellas de este oso y lo mató, como justo precio por aquel cuchillo; ni cómo quedó cogido en una ocasión, durante la Gran Hambruna, entre los rebaños de ciervos que emigraban y fue casi aplastado por ellos; ni cómo salvó a Hathi el Silencioso de caer por segunda vez en una trampa que tenía un palo afilado en el fondo, y cómo, al día siguiente, cayó él mismo en otra de las que ponen para coger leopardos, y cómo entonces Hathi hizo pedazos los gruesos barrotes de madera que la formaban; ni cómo ordeñó a hembras de búfalos salvales en los pantanos; ni como...
Pero hay que narrar los cuentos uno a uno.
Papá Lobo y mamá Loba murieron, y Mowgli rodó una gran piedra contra la boca de la cueva, y entonó allí la Canción de la Muerte; Baloo era muy viejo y apenas podía moverse, y hasta Bagheera, cuyos nervios eran de acero y sus músculos de hierro, era un poco menos ágil que antes cuando quería matar una pieza. Akela, de gris que era, tornóse blanco como la leche; tenía saliente el costillar y caminaba como si estuviera hecho de madera y Mowgli tenía que cazar para él. Pero los lobos jóvenes, los hilos de la deshecha manada de Seeonee, crecían y se multiplicaban, y cuando hubo unos cuarenta de ellos, de cinco años, sin jefe, con buenos pulmones y ágiles pies, Akela les dijo que debían juntarse, obedecer la ley, y estar bajo la dirección de uno, como correspondía a los del Pueblo Libre.
No se metió Mowgli en toda esta cuestión, porque, como él dijo, ya había comido frutas agrias y
sabía en qué árboles se cogían. Pero cuando Fao, hijo de Faona (cuyo padre era el indicador de pistas en los tiempos de la jefatura de Akela) ganó en buena lid el derecho de dirigir la manada, según la ley de la selva, y cuando los antiguos gritos y canciones resonaron una vez más bajo las estrellas, Mowgli se presenté de nuevo en el Consejo de la Peña, como en memoria de los tiempos idos. Cuando se le antojaba hablar, la manada esperaba hasta que hubiera terminado y se sentaba en la Peña al lado de Akela, más arriba de Fao. Eran, aquellos, días en que se cazaba y se dormía bien. Ningún forastero se atrevía a entrar en las selvas que pertenecían al pueblo de Mowgli, como llamaban a la manada; los lobos jóvenes crecían fuertes y gordos, y había muchos lobatos en la inspección que se les hacía cuando eran llevados a la Peña. Siempre iba Mowgli a estas reuniones, acordándose de aquella noche, cuando una pantera negra compró a la manada la vida de un chiquillo moreno y desnudo, y el largo grito de: "¡Mirad, mirad bien, lobos!", hacía estremecer su corazón. Si no estaba allí, se internaba en la selva con sus cuatro hermanos, y probaba, tocaba y veía toda suerte de cosas nuevas.
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El libro de las tierras virgenes.
General Fictionpublicado en 1894, es una colección de historias escritas por el inglés nacido en India Rudyard Kipling (Bombay, 1865 - Londres, 1936). https://es.m.wikipedia.org/wiki/El_libro_de_la_selva.