cap 12

35 4 0
                                    

-¿Es cierto? -pregunta alex de camino a la parada de autobús-. ¿Te gusta estar enferma?

-A veces.

-¿Por eso te has metido en el agua?

Me detengo y lo miro directamente a los ojos. Son claros y azules, como motas grises como los míos. Tenemos fotos suyas y mías a la misma edad y nos se nos distingue.

-Me he metido en el agua porque tengo una lista de cosas para hacer. Hoy debo decir sí a
todo.

Alex reflexiona al respecto, tarda unos segundos en comprender las implicaciones, y luego
sonríe de oreja a oreja.

-Entonces, ¿tienes que decir sí a todo lo que te pida?

-Eres un niño muy inteligente.

Subimos al primer autobús que pasa y nos sentamos en la parte de arriba, al fondo.

-Vale -susurra alex-. Sácale la lengua a ese hombre.

Le encanta cuando obedezco.

-Ahora hazle el signo de la victoria a esa mujer de la acera… ahora lánzales besos a esos chicos.

-Sería más divertido si tú lo hicieras conmigo.

Hacemos muecas, saludamos a todo el mundo, gritamos “mocos”, “culo” y “pilila” a pleno
pulmón. Cuando apretamos el botón para solicitar la parada, estamos solos en la plataforma
de arriba. Todo el mundo nos detesta, pero nos da igual.

-¿Adónde vamos? -pregunta alex

-De compras.

-¿Has traído la tarjeta de crédito? ¿Vas a comprarme algo?

-Sí.

Primero compramos un HoverCopter teledirigido, capaz de elevarse y volar hasta diez metros de altura. Alex tira el envoltorio en la papelera que hay a la entrada de la tienda y lo prueba en la calle. Caminamos detrás del aparato, deslumbrados por sus luces multicolores, hasta llegar a la lencería.

Pido a alex que se siente dentro de la tienda, como todos los hombres que esperan a sus
mujeres. Es maravilloso quitarse la ropa no para un examen médico, sino para una mujer de
voz amable que me toma las medidas para un carísimo sujetador de encaje.

-Lila -respondo cuando me pregunta el color. Y también quiero las bragas a juego.

Después de pagar, me entrega el conjunto en una elegante bolsa de asas plateadas.

A continuación le compro a alex un robot-hucha parlante. Luego escojo unos tejanos para mí, el
mismo modelo pitillo prelavado que tiene clara.

Alex elige un juego de Playstation. Yo, un vestido. Es de seda esmeralda y negra, y es lo más caro que me he comprado en mi vida. Me miro en el espejo parpadeando, dejo el vestido húmedo en el probador y vuelvo con alex

-wao -aprueba al verme-. ¿Queda dinero para un reloj digital?

Le compro también un despertador que proyecta la hora en tres dimensiones sobre el techo de la habitación.

Después son unas botas. De piel, con cremallera y un poco de tacón. Y una bolsa de viaje en la
misma tienda para meter todas las compras.

Tras una visita en la tienda de magia, tenemos que adquirir una maleta con ruedas para meter
la bolsa. Alex disfruta guiándola, pero me pasa por la cabeza la idea de que si compramos más
cosas, tendré que comprar un coche para llevar la maleta. Y un camión para el coche. Y un
barco para el camión. Compraremos un puerto, un océano, un continente.
El dolor de cabeza empieza en el McDonald’s. Es como si de repente alguien me arrancara el
cuero cabelludo y hurgara en mi cerebro. Me siento mareada y con náuseas, y el mundo se me
echa encima. Tomo paracetamol, aunque sólo me aliviará un poco.

ahora y siempre (Ruggarol)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora