Costumbres

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Costumbres

Hay costumbres que nunca se dejan, algunas de ellas adquiridas de terceras personas que ahora forman parte de un ritual que se hace de manera ceremoniosa todos los días, y de alguna manera necesario para mantener nuestras vidas cuerdas y funcionales en cierta medida, o quizás simplemente lo hacemos  por que llevarlos a cabo es una manera de recordar, de mantener en la mente el recuerdo fresco e imborrable de instantes amados en el pasado.

Era como si saborear esa taza de humeante café la remontara a otros tiempo, otros más amables donde no había cicatrices que ocultar o pesadillas con las cuales luchar cada noche en la oscuridad.

Su vida había cambiado de tantas formas y en tantos aspectos, que a veces era tan difícil encontrarse a ella misma escondida entre los escombros de una vida, el olor a cenizas aun estaba presente al igual que la sangre y no importaba que hubieran pasado años y años de todo aquello, aun persistían las secuelas.

Por eso se aferraba a su pequeña rutina para tener un recuerdo amable al que aferrarse para salir a flote, por eso buscaba en lo repetitivo de sus actos encontrar un poco de todo lo perdido. Y si tenia suerte lograba encontrar en la ceremoniosa manera de tostar los granos de café a su padre al que tanto le gustaba hacerlo el mismo y encontraba a su madre mientras molía los tostados granos en el rudimentario molino manual.

Al terminar de hacer el café tomaba una taza, se sentaba frente a la ventana para leer una y otra vez los cuentos de Beedle el bardo, se sabía de memoria cada historia, podía incluso recitarlos en voz alta sin error alguno y a veces solo por inercia paseaba sus ojos por las acomodadas palabras y seguía por costumbre esa senda de pequeñas letras conociendo de antemano lo que decían, sin embargo, siempre lo hacía y parecía no aburrirle esa sutil constancia suya por repasar una y otra vez ese libro de pastas envejecidas, esa primera edición  de un libro que fue su herencia y que significaba tantas cosas que sin importar lo tedioso que pareciera, ella encontraba tranquilidad en el tan conocido libro de hojas amarillentas por el paso del tiempo.

Cuando terminaba alguna historia en particular, con cuidado cerraba sus pastas y se abrazaba al libro suspirando, para inhalar ese aroma tan naturalmente atrayente para ella. Y sonreía por que se aferraba a lo bueno, a ese olor a viejo pergamino y recordaba todas las tardes en la biblioteca de Hogwards, en sus pasillos, en las aulas abarrotadas de estudiantes, y encontraba en el tenue olor a tinta todos esos recuerdos de su niñez y adolescencia tras los libros, entre las risas y las aventuras de sus amigos.

Justo ahí paraba sus recuerdos y abría los ojos iluminados aun por la fuerza de los recuerdos, a veces un poco nublados por la intensidad de las memorias. Se levantaba de su silla y acomodaba en la repisa cercana su libro a la espera del día siguiente para una nueva lectura, dispuesto a continuar esa rituna de bienestar mientras la castaña quisiera.

Él la miraba desde la puerta con una taza de ese delicioso café recién hecho, la observaba en silencio victima de sus propias costumbres, inmóvil en el marco, lidiando con sus propios fantasmas, con su propia insistencia de hacer todas las mañanas los mismos actos con la convicción de encontrar un poco de paz al igual que ella.

El también recordaba, aunque quizás por motivos distintos, fragmentos de sus pasado y al final de esa evocación regresaba a ella, a admirar como la luz de la ventana se reflejaba en su rostro. Se sentía dichoso y agradecido por tener el placer de ver su rostro lleno de la más absoluta concentración, sus labios curvados en una cálida sonrisa mientras cerraba los ojos abrazada a su libro, para después  solo levantarse y dejar en su sitio ese viejo libro.

Entonces, solo entonces Hermione giraba para encontrarse con esa mirada acerada que tanto amaba y sonreía con mas ganas mientras acortaba la distancia, Draco la esperaba con la misma sonrisa enamorada dibujada en sus labios y la recibía con los brazos abiertos para abrazarla y tenerla así unos minutos, inhalando su aroma, sintiendo la calidez de su piel contra la suya, como siempre había anhelado, como ahora cada día tenia la felicidad de hacer.

Sanando Mis HeridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora