¿Un Corazón Bueno?

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¿Un Corazón Bueno?

La guerra te marca de muchas maneras, de forma tan profunda y descomunal que nunca volverán a ser los mismos. Las cicatrices se llevan tatuadas no solo en la piel del cuerpo o el rostro, se llevan mas allá, en el alma que carga con los horrores vistos, con las tragedias vividas; en el corazón que aun sangra con los recuerdos, con la añoranza de nuestros muertos, con el palpitar agónico de las pesadillas que acechan en la noche como bestias que esperan que el sueño nos venza para venir a destrozarnos con sus garras, repitiendo una y otra vez todo eso que desearíamos olvidar.

Morimos un poco en las tragedias de esa guerra que nos arrebato demasiado, que nos dejo heridas que quizás nunca sanaran por completo, que seguirán supurando, palpitantes, ardientes y dolorosas en los peores días, y aun en los mejores costara trabajo ponerse en pie para intentar seguir adelante con nuestra alma llena de cicatrices.

Los costos son demasiado elevados, un campo teñido de sangre, sembrado con muertos, vidas terminadas de manera abrupta unos incluso demasiado jóvenes para haber disfrutado a plenitud sus vidas extinguidas de forma prematura.

Hombre y mujeres llorando a sus hijos, novios, esposos, padres, familiares y  amigos. Derramando lágrimas saladas sobre cuerpos inertes y fríos, con ese penetrante olor a sangre y muerte en el ambiente, sosteniendo cuerpos destrozados y sin vida, cuerpos de valientes caídos en batalla. Y las lagrimas no se detienen corren aun en silencio, en la oscuridad de la noche o en la soledad de una tumba que se visita con frecuencia hasta que el dolor se vuelve insoportable y se intenta retomar una vida que nunca estará del toco completa.

Los números se vuelven fríos cuando se trata de establecer la cifra de los muertos,  hasta que caes en cuenta que cada uno de esos dígitos son  la vida arrancada de tajo de alguien que tenía un futuro prometedor, sueños por cumplir, cosas por hacer, personas por amar. Alguien real de carne y hueso que ofreció su vida en una lucha de la cual no puso siquiera saber el resultado.

La vida no vuelve a ser la misma, no puede ser la misma, no después de todo lo vivido, no después de tener que lidiar con los fantasmas, con el escozor de las cicatrices, con el recuerdo de los que se fueron y no volverá, con esa sensación vacio e insatisfacción de que si quizás las cosas hubieran sido de otra manera muchos se hubieran salvado. Las preguntas flotan en el aire negándose a marcharse, las interrogantes acosan como los gritos de los muertos en susurros escalofriantes dichos al oído.

Hermione Granger nunca sería la misma, ya no era más esa niña de incisivos pronunciados, de cabello castaño de arbusto, de mirada inocente y sabionda, ya no podría ser la misma leona entregada que decidió no abandonar y ayudar a su amigo hasta las últimas consecuencias a costa de su propia vida, ya no era la misma ni podía ver las cosas de la misma manera, su alma se había corrompido y sus manos se habían teñido se sangre. No había marcha atrás, no había forma de volver sobre sus pasos y hacer las cosas diferentes y de alguna manera de poder cambiarlo sabía que no podía jugar de esa manera con el futuro, no podría salvar a los que amaba ni resucitar a los muertos.

Un año atrás mientras aun se escondían ella y Harry en los bosques  en busca de la manera de destruir a Voldemort, en la soledad de la noche, mirando las estrellase se preguntaba si en algún lugar habría una profecía con su nombre, una como la que habia tenido Harry entre sus manos y que habia marcado su vida desde antes de su nacimiento, alguna profecía  guardada en una pequeña esfera donde se escondía ese futuro  tan incierto en esos momentos.

Se preguntaba si en algún lugar estaba escrito que una hija de muggles estaría destinada a ayudar al elegido o si estar ahora en peligro, escondidos y huyendo había sido producto de su obstinación y tenacidad por hacer lo que consideraba correcto.

Sanando Mis HeridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora