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M A R C O

-Buenos días, solecito -dice Paul agitando sus largas pestañas al verme llegar a los vestidores antes de nuestra clase de ballet

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-Buenos días, solecito -dice Paul agitando sus largas pestañas al verme llegar a los vestidores antes de nuestra clase de ballet.

-Buenos días, cariño -devuelvo divertido. Sebastián, que se cambia a nuestro lado, rueda los ojos como el gran santurrón aburrido que es-, y buenos días, cariño número dos. No tienes muy buena cara. ¿Tienes una flatulencia esperando por salir?

-No estoy para juegos hoy -responde él, enojado. Los demás ríen a nuestro alrededor-. Pavlova ha llamado a una clase grupal. Los tres años estaremos juntos en una práctica, al final de esta se decidirá al ganador.

-Un momento importante -digo, en broma. Sebastián rueda los ojos de nuevo. Toma sus zapatillas de ballet, se estira su playera blanca y, antes de irse, dice:

-No te confíes Higarelli, tener talento natural no te va a dar todo.

-Estoy seguro de eso -respondo. Mi tono ha cambiado por completo, lleno de seriedad ante lo que viene.

Tengo que ganar.

Mientras me cambio, pienso en eso.

Mientras camino hacia el escenario del auditorio, también. Hay muchos chicos reunidos aquí, unos setenta y cinco en total, siendo veinticinco en cada año.

Sebastián, como el chico perfecto que es, tiene que regodearse de su talento y habilidades siempre, por lo que está hablando con los chicos de tercero, deja que las de primero lo halagen y, también, presume de su superioridad con Isabella, (la chica más talentosa de la escuela, también un intento de novia mía), y su séquito.

Sebastián ha sido educado para ser bailarín. Toda su vida, desde que nació, estaba hecha. Su padre es Adler Schnitzler, uno de los mejores bailarines del país, con ascendencia alemana de bailarines muy reconocidos, también.

Él sabía que sería el mejor desde que llegó. Recuerdo admirar su presentación perfecta, la forma en que pensaba en todo, sabía todo y no tenía, (y sigue sin tener), miedo a nada.

Yo era un pequeño niño sin experiencia. Llegué aquí con sólo dos años de entrenamiento en el baile, cuando todos llevaban entrenando su vida entera.

Fui elegido por algo, y es que ellos vieron el "talento natural", en mí, y dijeron que sabrían "exprimir" mi máximo potencial. Me harían perfecto, me pulirían y me volverían lo que estaba destinado a ser, un gran bailarín principal.

Más o menos eso es lo que dijo el profesor James, uno de nuestros tantos profesionales. Él se la tomó conmigo desde que llegué a la Academia y, al parecer, he tenido buenos resultados.

Nadie lo anticipó. Todos creían que Sebastián sería el más talentoso en nuestro grupo, teniendo en cuenta todos los demás títulos, premios, y patrocinadores en su historial.

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