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E A S T

—Me tiene demasiado confundida. Es que él, es que él... ¡No lo sé!

—Paulette, habla claro. Somos muy amigos pero no puedo leerte la mente.

—Me dijo que le gusto y quiere estar cerca de mí. Alguien como él. ¿Puedo confiar?

Suspiro. Tengo muchas cosas que decir, pero no consigo ponerlas todas en mi mente. Con Paulette las cosas generalmente son sencillas, pero lo que diga ahora tendrá un gran impacto a largo plazo.

—No puedes juzgarlo precipitadamente sin conocerlo —es lo primero que digo. Ella alza una de las cejas, y agrega:

—Lo conozco. Tal vez no por completo, pero lo conozco. Sé el tipo de persona que es. No sabe de compromisos.

—¿Y te dijo que quería comprometerse? —insisto. Ella niega.

—Tienes razón. Dijo que quiere ver cómo van las cosas, no que quiera algo serio. Digo, tampoco es como que yo quiera algo serio.

—Exactamente —concuerdo. Paulette y yo vamos camino a la escuela y, por primera vez en estas dos semanas que llevamos en Gouldberg, no hay uno de los dos admiradores de Paulette detrás de nosotros. Tanto Sebastián como Marco parecen haber desaparecido, más no por completo, porque Marco sigue estando aquí en espíritu, asediando a Paulette como el primer amor siempre suele hacerlo. No sé que más decir. En los asuntos del corazón no soy ni el más sabio ni el más experimentado. Soy bueno para leer a los demás, más solo en cierta manera. No puedo leer bien el amor.

—Dejemos de hablar de mí —ya estamos apunto de llegar, lo que me alivia porque no tendremos que hablar tanto tiempo de Perla—. ¿Cuándo te le vas a declarar?

—Ya te lo dije —insisto—. Ella me odia. Tengo una especie de... —suspiro— Plan. Un plan en el que me acerco lentamente, sin que ella lo note. Siempre estaré ahí para ella.

Paulette sonríe, complacida.

—Estoy muy feliz de tenerte como amigo —dice, mientras camina viene y se acerca más y más a mí, apretando mi brazo y recargando su cabeza en mi hombro.

—¡Alejénse, tortolitos, que hay niños presentes! —es Marco el que nos interrumpe, viene con Perla y le tapa los ojos como haciendo a entender que ella es la niña de la que habla. En esta conversación los dos estamos del lado incorrecto, él quisiera estar con Paulette y yo con Perla.

—Vamos a clase, ridículo —dice Paulette para callarlo, mientras, yendo hacia él, lo toma también del brazo y se lo lleva lejos de nuestra vista.

Perla se detiene en seco. Parece contrariada, como sino creyera lo que tiene frente a sus ojos. Veo el dolor en ellos.

—¿Estás bien? —pregunto. Ella no contesta, así que voy frente a ella, e insisto—. ¿Perla?

Sus ojos castaños brillan bajo la luz del sol matutino. Los tiene cafés, es cierto, pero hay unas pequeñas motitas amarillentas en su centro. Sus labios, carnosos, se fruncen levemente antes de contestarme. La escucho, aquella voz dulce pero un tanto gruesa que tiene, cuando dice:

—Estoy bien —es apenas un susurro, y tan pronto como lo dice hay un silencio que hace parecer que en realidad no ha dicho nada. Trato de convencerme de que en realidad si me contestó, algo realmente extraño, porque la mayoría del tiempo se la pasa ignorándome.

Líneas Rectas. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora