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L A Y L A

—No quiero estar aquí. Sólo debería de llamar a Sebastián y decirle que no me siento con ganas de salir. Puedo decir que estoy enferma, moribunda, o simplemente no decir nada y después justificarme diciendo que me quedé dormida y no pude llegar.

Paul niega con la cabeza. Parece un poco desconcertado porque, bueno, soy el tipo de persona que nunca muestra sus sentimientos a los demás.

Me recargo en el volante del auto, irritada. Él pasa la mano por mí cabello, intentando consolarme, otra muestra de que nunca me había visto así.

—¡No soy una niña llorona para que me consueles! —grito, mi respiración va tan rápidamente que tengo que tratar de controlarla guardando silencio y crujiendo los dientes—. No quiero entrar a esa escuela, no siendo una, una... ¡Una deportista!

Desde que tengo memoria he querido ser una cantante y actriz. Recuerdo aprenderme de memoria los diálogos de mis películas favoritas, fingir que soy cada uno de los personajes, incluso hasta la mamá chillona o la villana malvada. Me encanta cantar, la música, la interpretación, el teatro.

Entré a la academia porque es un paso más hacia el éxito. Sus presentaciones son importantes, serias, y siempre hay cazatalentos observando si tienes esa chispa que necesitan.

Yo tengo esa chispa, y en la academia la habían visto estos últimos dos años, pero ahora creen que he llegado al punto máximo de lo que podía llegar y quieren que entre al área deportiva, que sea parte del equipo de fútbol.

Sólo juego fútbol los fines de semana. Todos los domingos voy hasta un barrio pobre en las afueras de la ciudad, entro a una vieja cancha y juego con un equipo bastante bueno pero bastante pobre como para no hacerse famoso.

¿Por qué lo hago? Es porque todos tenemos una cosa que hacemos para olvidar todo lo que nos aqueja en la vida. Jugar es un respiro de aire fresco, me hace olvidar todo, ser alguien más, relajarme.

Sebastián también tiene uno de esos pasatiempos. A él le gusta tocar el piano, en ocasiones el violín. Él se aísla de todos, mientras que yo me escondo de todos. Puede parecer igual, pero no lo es.

En la academia dicen que podré seguir participando en las obras o tomar clases extracurriculares de actuación, danza y canto si lo deseo. Que el tener dos áreas hará mi expediente expandirá mis posibilidades de entrar a cualquier universidad.

—Maldito seas, Matt, seguro tienes que ver con esto —farfullo. Creo que es el momento de que alguien más sepa sobre mi secreto, así que me giro hacia Paul, y explico—: Seguro que él tiene que ver con esto...

—¿Por qué? —me devuelve. Suelto un sonoro suspiro.

—El verano después de primer año, ¿Recuerdas qué Sebastián y yo terminamos? —asiente— Pues fui a la feria sola para desquitarme cantando y bailando en los espectáculos nocturnos.

—¿Esas cosas? ¿En serio?

—Sí —respondo, conteniendo las ganas de reír. Esos espectáculos son una locura—. Ahí conocí al profesor Colombres.

—Ah, Matt, ahora entiendo —dice Paul—. ¡Vaya, tú llevas todo a un nuevo nivel, eres fantástica, ligarte a un profesor es algo magistral!

Ruedo los ojos, aunque es cierto que ligar a un profesor es algo de otro nivel.

—Tienes que entender —insisto—. Que él no era un maestro cuando lo conocí. Estaba en la universidad, era atractivo y carismático. Creí que lo nuestro duraría mucho, pero Sebastián volvió de su competencia, quiso que estuviéramos juntos de nuevo, por lo que lo nuestro terminó. Sólo fue cosa de un verano.

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