I Capítulo

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Luna y Quetzal todos los días se sentaban en un costado de la puerta, a la misma hora a esperar por Francisco, quién arrastrando sus pasos anunciaba su llegada alterando a los perros, quienes pronto comenzaban a ladrar, mover la cola y correr de un lado a otro.

Eran las 9 de la noche, Francisco venía cansado de un pesado día laboral, fin de mes, y él como reponedor de mercadería de un supermercado, había tenido un día intenso entre tanta gente que concurre por ser un día de pago para la gran mayoría y como de costumbre aprovechan ir de compras. Al entrar a la casa lo recibieron entusiastas Luna y Quetzal, él se daba el tiempo de acariciarlos y disfrutarlos, el cansancio nunca fue motivo para no dedicarles tiempo.

Mientras en la primera habitación hacia la derecha, se encontraba Elena que a medio despertar de una larga siesta le escribía a su novio Ignacio "Perdón amor, me quedé dormida, no te pude responder antes, espero que te encuentres bien". Dejó su teléfono en su cama y salió a saludar a su hermano, a quien sintió llegar.

-¡Hola! ¿Cómo te fue hoy?-

-Bien...Cansado como siempre, pero creo que estoy mejor que tu rostro-

-¡Tan simpático como siempre! Dormí un poco, eso es todo-

-Se nota...¿Y mamá?-

-Aún durmiendo, supongo, en fin...¿Comemos juntos?-

-Come tú si quieres, sólo quiero un vaso de agua, de jugo, de algo liquido que muero de sed-

-Dale, vamos a la cocina, haré como la hermana buena y te serviré ese vaso de lo que sea que tanto necesitas-

Los perros empezaron a ponerse inquietos, corrían de un lado a otro, ladraban en dirección al patio, no dejaban que Elena caminara bien, la hacían tropezar y saltaban empujándola con sus patas, por más que ella intentaba hablarles, darle ordenes de que estuvieran tranquilos, no hubo resultados y eso comenzó a molestarle.

-¡Han estado hace un rato bien inquietos!-

-Quizás en el patio anda un gato o peor aún...Un ratón, déjalos salir-

-¡Francisco! Sabes que le tengo pánicos a los ratones, no vuelvas a hacer broma con eso, por favor-

-Ya mujer, deja de ser miedosa y déjalos salir-

En cuanto Elena abrió la puerta, los perros salieron corriendo, mientras que Francisco movió las cortinas hacia un lado para poder observarlos a través del ventanal como siempre y así aprovechar de ver qué les hacía estar tan extraños. Luna y Quetzal seguían inquietos, al parecer algo más los perturbaba.

-Oye Elena, ven y mira, aún siguen bastante inquietos-

Elena se acercó y a pesar de la poca iluminación que había notó que el comportamiento de los perros era bastante extraño, ladraban en círculos mirando al cielo.

Sin pasar mucho tiempo, un foco iluminó a Luna y Quetzal, ambos se quedaron quietos, dejaron de correr y ladrar, tenían su mirada ahora fija en el foco que los iluminaba. Francisco y Elena, sorprendidos, siguieron mirando desde el ventanal sin decir ninguna palabra, tampoco fueron capaz de moverse, una sensación de terror no los dejaba reaccionar. De pronto, los perros miraron con cierta tristeza en su mirada a sus dueños antes de que una ráfaga de viento los sacudiera empujándolos contra el ventanal, luego ese mismo viento los elevó unos centímetros del suelo y los dejó reposando en el aire frente al foco, en ese instante, ante los ojos de dos jóvenes temerosos, los cuerpos de sus amigos de compañía, sus mascotas, fueron desintegrados en pedazos quedando sólo restos de sus órganos y manchas de sangres repartidos entre el patio y otras deslizándose en el vidrio. Francisco y Elena por intuición se cubrieron con sus brazos su rostros, pensando que podría explotar el vidrio, dejaron pasar unos segundos cuando ya no sintieron ruidos, dejaron sus ojos descubiertos, se miraron y no podían entender qué había sucedido.

-¡No!- Gritaron ambos.

-¡Voy a matarlos, hijos de puta! - Gritó Francisco quién iba en dirección a la puerta del patio.

Elena le tomó el brazo a su hermano con ambas manos para impedir que siguiera caminando, con lágrimas y horror en sus ojos le gritó:

-¡No puedes salir así! ¡No! ¡No sabemos que hay afuera, por favor!-

-¡¿Viste lo que pasó? No dejaré que quede así!-

-¡Francisco detente!-

Desde el fondo de la cocina apareció Patricia,la madre de ambos, quién se despertó por los gritos.

-¡¿Qué les pasa a ustedes dos que no me dejan dormir tranquila?! ¡Son bastante grandes ya para que sigan discutiendo como niños chicos! Debería...-

Antes de seguir pronunciando una palabra más comenzó a acercarse a sus hijos de a poco, notó el foco que aún iluminaba el patio y las manchas de sangre en los ventanales.

-¿Qué...Qué es eso y qué pasó aquí?- Se atrevió a decir mientras una sensación de escalofríos comenzaba a llenarla de preguntas sin respuestas.

Francisco se zafó molesto de los brazos de Elena, conteniendo la rabia por impedirle ir al patio, se acercó a su madre, la tomó de los hombros con ambas manos para poder ocultar sus nervios y darle la sensación de tranquilidad, irónicamente, la que él mismo necesitaba. La miró a los ojos mientras reprimía una lágrima y con voz temblorosa sólo pudo decir:

-Mamá, no sé cómo explicarte lo que pasó, pero lo que ves en los ventanales son Luna y Quetzal-

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