24. Son asuntos personales

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La tarde se desarrollaba con éxito, y con ello me quería referir a que aún Eric no había ahogado en la piscina a Andy, y este no había atacado verbalmente a Kyle.

No me había desprendido del trasero de mi amigo, entendía que aquella tarde estaba desorbitadamente fuera de su zona de confort y, al fin y al cabo, lo había hecho por mí.

Sin embargo, en algún momento debía hablar con Kyle sobre Eric. Puede que quizá estuviera exagerando la situación. Sin embargo, Eric no tenía ni la menor idea—a no ser que Kyle le hubiera contado algo— de lo que podría provocar el hecho de que mi hermano supiera de la tarde que pasamos Kyle y yo.

Michael siempre había sido adolescente tranquilo, con un afán inexistente en meterse en problemas, rechaza las discursiones y mucho más los gritos. Las cosas cambiaron un poco con lo ocurrido con mi padre. Cuando se fue, Michael sintió que sobre sus hombros recaía la responsabilidad de cuidarnos a mi madre y a mí. Puede sonar al típico cliché masculino, pero iba mucho más allá que aquello.

El más perjudicado con la marcha de papá fue Mike. Le adoraba, era su ojito derecho y no entendía como ese ser humano al que tanto admiraba, había decidido en convertirse en un villano digno de cómic. Nos sentíamos devastados con aquella situación, sin embargo, mi madre y yo decidimos llevarlo de una manera distinta.

En su momento, la Dra. Lynn, nuestra psicóloga, se empeñó en que era de vital importancia que nos expresáramos. Que diésemos rienda suelta a nuestros sentimientos. Sólo así podríamos salir adelante, continuar con nuestra vida con total normalidad, a pesar de que en vez de poner cuatro platos en la mesa, pusiéramos tres. Si necesitábamos llorar, lo hacíamos. Si necesitábamos gritar, lo hacíamos. Si necesitábamos estar solas, lo estábamos. Mi hermano, en su lugar, había decidido tomar la última opción únicamente.

El estado en el que Mike estaba sólo podíamos intuirlo. Perder a una gran figura paterna no es fácil, pero no me imagino cómo debe ser si, en este caso, es tu mejor amigo. Michael nunca hablaba sobre sus sentimientos y lo único que podíamos hacer era ver cómo maduraba de forma prematura. De alguna forma, él se había encargado de recoger los platos rotos cuando mi madre sufría aquellos ataques de ansiedad o de abrazarme cuando en mitad de la madrugada me despertaba gritando por culpa de una pesadilla.

Lo ocurrido con mi padre sólo había hecho que Mike asumiera la figura que se había roto en la casa y la recompuso.

Años después y con una familia algo menos caótica y mucho más feliz, las cosas se volvieron a tornar grises.

Mi madre tiene miles de álbumes de fotos, cada uno de ellos repletos de fotos ordenadas cronológicamente. Fotos en las que Mike deja de estar sólo en ellas un año después, justo en el momento en el que yo llegué al mundo.

Y Matthew a nuestras vidas.

Habíamos tenido la suerte —o desgracia—de llevarnos tan sólo un año, seis meses y diez días, lo que se resumía en una relación tan cercana que lo compartíamos absolutamente todo. Incluido los amigos.

Matthew era un hermano más. Michael y yo parecíamos siameses y Matthew era una extensión de nosotros. Cuando mi padre nos dejó, Matthew y su familia nos ayudaron en todos los aspectos y, cabe decir, que él fue el único que consiguió entrar en los sentimientos de mi hermano para descifrar cómo se sentía.

Matt me veía igual que Mike. Un chico más, o al menos hasta que llegué a los dieciséis años.

Supongo que fue en ese momento clave en el que las vidas de mi hermano y la mía, se bifurcaron un poco. Seguíamos compartiendo cosas, muchas de hecho, pero ya no era un chico más en el grupo y eso era, físicamente, muy notable.

Mr ArrogantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora