El inicio

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¿Quién se atrevería a desmentir los mitos de antiguas tribus?

¿Qué ciencia puede explicar a la Madre Tierra?

El humano no ha terminado de conocerse a sí mismo después de dos mil años, ¿realmente es capaz de negar la magia que existe en la Tierra?







Mucho antes de la época medieval, cuando el hombre vivía bajo los tintes de las auroras boreales, cuando los mamuts eran cazados y las estaciones más violentas; nació una máscara.

Venerados y admirados como un enemigo peligroso que se adaptaba con facilidad al entorno, la imagen de los lobos era grabada en escudos, lanzas y en tótems que adornaban los centros de cada tribu.
La máscara no fue la excepción; con el simbolismo de la la ferocidad de un guerrero y el deseo latente de ser guía conocedor del camino, fue tallada desde la corteza de pino a filo de minerales mágicos con la imagen de un lobo por petición del jefe de la tribu más grande de Pangea.

Deseando el poder que le otorgaban los lobos, el hombre pidió al chamán de su pueblo que usara su magia sobre la máscara para volver invencible a quien la portara. La mujer anciana que veneraba a los primeros dioses aceptó y llevó la máscara a la montaña nevada más alta, donde ella solía ofrecer los sacrificios cada que los colores del cielo tocaban la punta y el lugar en donde ella vivía. 

Pasó ahí nueve plenilunios rezándole a la luna llena que otorgara su luz y su energía a quien portaría la máscara. Y cada noche al terminar el ritual la máscara era cubierta por el trozo de tela que la resguardaba y escondía.

La magia negra reunía los atributos del mamífero con cada hoguera ofrecida a la noche; la rapidez al correr, dentadura amplia y peligrosa que destrozara a cualquier enemigo, olfato inigualable que ayudara a su portador a reconocer seres a grandes distancias.



Los rituales nocturnos y los conjuros terminaron cuando la montaña lloró, transparentando su blanco color. Las copas de los pinos se descongelaban y la primavera anunciaba con renacer.



La máscara teñida por el color negro, resultado de las llamas que bailaron a su alrededor durante nueve lunas llenas, y con trazos pintados por la sangre de sacrificios en los rituales, fue preparada en solitario. Una vez lista para ser ofrecida y obsequiada, el chamán guardo su lino rojo y la máscara fue concedida al gran jefe ese mismo día, antes de que cayera la noche.


La fuerza mítica de la máscara fue mucho más peligrosa de lo esperado.


La décima noche de luna llena el jefe ocultó su rostro por primera vez con la imagen del lobo.
Con la idea ambiciosa de obtener fuerza sobrehumana y poder, el jefe de la tribu enloqueció.
Desconociéndose la causa de su explosión repentina de odio, el hombre cargó contra los suyos. Sediento de sangre por los instintos animales, cegado por la ira que lideraba su propósito y sin consciencia humana que le detuviera, el hombre masacró a su tribu.


El chamán siendo la única habitante de la tribu que vivía en lo alto de la montaña fue capaz de percibir el viento helado que corría diferente, algo que en la gélida noche no encajaba.
Un viento que aullaba sufriendo.

Colocándose la manta carmesí sobre los hombros para cubrirse del descenso de temperatura que de pronto le rodeaba bajó en busca de su pueblo.


Como pétalos de rosas vivas el color se esparcía por la tierra, se mezclaba con el polvo volviendo el suelo lodoso. Serpenteaban como ríos entre el césped, salían de cuerpos destruidos de jóvenes, adultos y ancianos que veían a la nada.

La mujer cubrió su cuerpo con la manta, buscando el calor que no existía ante una tribu desaparecida. Levantó la prenda para esconder su cabeza y parte de su rostro debajo de ella para limitar la horrible visión que tenía y para esconderse de cualquier atacante.
Experimentando sensación de arcadas contempló corazones detenidos, gargantas abiertas, extremidades perdidas... la imagen de una extracción tan violenta de la vida. No existía el sonido de un alma que hiciera sospechar que alguien se había salvado.

Aliento caliente sopló detrás suyo, contrastando con la baja temperatura que corría entre los muertos, y la hizo girar sobre su eje para encontrarse con la imagen de un hombre con manos sucias de sangre, con heridas en el torso que goteaban; rasguños y marcas de golpes. Un cuerpo que se agitaba, escondía su rostro detrás de la máscara que ella misma había entregado a los dioses.
Pero el hombre no se movió, se mantuvo quieto e indiferente a la escena que los rodeaba. Su cuerpo en dirección a ella.

Un paso en falso al retroceder asustada y la mujer cayó de bruces sobre un cuerpo sin vida, soltando por inercia la manta carmesí que le cubría de la noche.

Al volverse donde había estado el hombre enmascarado, se irguió una bestia: Con el tamaño de un oso adulto pero la silueta y cuerpo de un lobo negro. Los obres rojos del lobo se quedaron sobre la bruja y de su hocico negro al gruñir goteó la sangre de su pueblo.

Lo último que la mujer observó fueron los afilados dientes amarillentos que la amenazaron antes de que, desesperada, se cubriera de nuevo con la tela carmesí para esconder su visión de su terrible final. En ese instante el hombre enmascarado volvió a aparecer y la bestia desapareció.




Así inició la leyenda de un cuento que no terminó de ser relatado.











* * *


BOOM, BEIBI.

ESTOY LO QUE SIGUE DE EMOCIONADA, NOTEN LAS MAYÚSCULAS.

Llevo planeando esta historia un buen rato y publicarla al fin me tiene tan feliz. Tendrá un ambiente oscuro del cual nunca he escrito y probar cosas nuevas me pone tan entusiasmada.

 Y BUENO, BIENVENIDOS SEAN A OTRA HISTORIA MIKAYUU.

Sera un placer hacerlos sufrir.


Red WolfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora