4. De whisky y electricidad

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« No es obligación que sea
un día libre para obtener
momentos divertidos »

Ya dos meses habían pasado desde que se había formado la relación laboral entre Keith e Ivan, y un poco menos desde que se había formado su relación amistosa.

Si es que se le podía llamar así.

Había uno que otro momento en el que parecían ser dos simples colegas de trabajo, pero habían otros momentos -en los cuales ni ellos mismos sabían cómo llegaban a eso- en el que se mostraban como amigos de toda una vida.

Un vaivén inconstante entre poca y mucha confianza.

Por un lado tenemos a Ivan, quien de a poco iba ganando su pequeño lugar en la comisaría. Ya no solo cumplía con el papeleo, sino que en más de una ocasión había sido llamado para cumplir con algún operativo en terreno; los otros oficiales comenzaban a ver que no era cosa de Keith el que el ruso estuviera allí.

Eran sus méritos. Y eso nadie se los quitaría.

Ahora, hablemos de Keith... que finalmente terminó por instalarse en la oficina colectiva, a la que algunos oficiales iban un par de minutos para cumplir con uno que otro papeleo, pero la mayoría del tiempo esa oficina solo la ocupaban el capitán y el oficial Karelin. Era un lugar cómodo y silencioso, claro, cuando no colocaban la radio a un volumen moderado para poder tararear una que otra canción en medio de las labores.

—Y, ¿estás libre en la tarde? —preguntó el rubio mayor, guardando un par de papeles en un portafolios y sacando otro par más.

Sternbild estaba bastante tranquilo hace ya algunas semanas -cosa novedosa, pero se agradece de igual manera-, así que obedeciendo órdenes de los superiores, se tomaban turnos de trabajo más cortos, haciendo excepcionalidades únicamente para las emergencias. Ambos en el último mes tomaban el turno diurno, lo cual ahora les dejaba libre a partir de las seis, como mucho a las siete de la tarde.

—Como siempre. No suelo tener algún panorama.

—Podrías pasarte un rato a mi casa —ofreció el capitán—, a charlar en un lugar cómodo, ya sabes, desconectándonos de la ciudad.

Tenía razón. Las pocas veces que habían salido a charlar a algún café terminaban concentrándose más en los demás que en sí mismos. Cosas de policías.

—¿No te molesta, cierto? —preguntó con la casi recurrente inseguridad el ruso.

—Por algo es que te estoy invitando —respondió con una sonrisa, revolviendo el cabello del más bajo y hallando en eso un gesto ya habitual.

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Ya habían llegado al apartamento de Keith, y no bien estaban terminando de instalarse en el living cuando sintieron el golpetear de alguien en la puerta. El mayor hizo un gesto con la mano; Ivan, entendiendo, prosiguió ordenando los sillones y algunas cuantas bolsas de comida en la mesita.

Los portafolios y las maletas las dejaron en algún lugar que por esta tarde no valía la pena recordar.

Escuchó al americano hablando con alguien y en menos de un minuto el sonido de la puerta cerrarse.

Y volvió Keith.

Con un niño.

No hizo preguntas, pero se le quedó mirando con algo de duda. ¿Tendrá acaso diez años? No se parecía en nada a Goodman, así que descartó algún tipo de parentesco.

The so-and-so [Soragami] [Sky High x Origami Cyclone] [Tiger & Bunny]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora