1.- Oportunidad

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Por más que Yuuri le daba vueltas a lo sucedido, no lograba encontrarle ninguna lógica.

¡Una carta en blanco! Eso era inconcebible. Algo así jamás había ocurrido antes. Absolutamente todas las personas recibían invariablemente su símbolo entre los doce y dieciocho años. ¿Por qué él no? ¿Qué había salido mal? ¿Era acaso una señal de que no había nada preparado para su futuro?

Descorazonado, ocultó el rostro en la almohada. Pasó toda la noche despierto, y sin embargo no sentía cansancio alguno. Dentro de poco tendría que enfrentar a su familia y contarles lo ocurrido, o más bien, lo que no ocurrió. ¿Qué pensaría n al respecto? Seguramente se preocuparían, ya que una carta en blanco era algo desconocido.

Por lo general, cada quien tenía su propia historia, la cual era imposible de modificar, sobre todo tras recibir El Llamado. A veces se daba el caso de que algunos inconformes luchaban para sobreponerse al mismo: Sotas esforzándose para no convertirse en villanos, Reyes y Reinas que no deseaban dichos cargos, números simples que buscaban algo más sobresaliente o cartas rasgadas que ansiaban escapar de la tragedia a toda costa; pero al final, resultaba en vano. La compulsión irremediablemente era más fuerte y al final, todos se sometían. Al menos, ellos pudieron hacerse una idea del futuro, Yuuri ni siquiera tenía eso para aferrarse.

Quizás, hubiera sido preferible una Sota a no tener nada.

Con reticencia, Yuuri se obligó a salir de la cama, consciente de que no podría esconderse para siempre, por más tentador que sonara. Su día a día en la posada tendría que continuar y él debería cumplir con sus obligaciones, no podía dejar botada a su familia, por más miserable que se sintiera.

Se contempló en el espejo. Sus ojos estaban enrojecidos e hinchados a causa del llanto, y rastros de humedad surcaban sus mejillas. En resumen, lucía terrible.

Mientras se lavaba el rostro, reflexionaba qué debería decirle a su familia. Naturalmente, estarían ansiosos por descubrir qué carta había recibido y aunque en el fondo sabía que si decidía no contarles, no lo presionarían, se trataba de algo muy importante que podía llegar a afectarlos, por lo que mantenerlo en secreto no era una opción.

"No puedo dejar que se preocupen más de lo debido" razonó, terminando de vestirse, abrochándose la camisa y esforzándose por no ver el espacio vacío en su pecho "Les insistiré que esto no significa que vaya a dejar de trabajar en la posada, que todo seguirá normal a menos que..."

A menos que prefirieran que ya no siguiera ahí, como si en realidad se tratara de una Sota o una carta rasgada y pudiera perjudicar a aquellos a su alrededor.

Sacudió la cabeza para quitarse ese pensamiento tan negativo. Sus padres y Mari siempre lo habían apoyado. Le permitieron que tomara algunas lecciones de combate aunque lo consideraban peligroso e innecesario, y hasta llegaron a realizar un gasto considerable para comprarle un par de patines de hielo luego de que perdiera los suyos en un accidente. Entre esos y muchos otros detalles, se sintió culpable por desconfiar de las personas a las que más quería en todo el mundo.

─ Estaré bien, voy a ser fuerte... ─se dijo a sí mismo en voz alta─. Puedo hacerlo, por ellos...

Dicha convicción le duró hasta que los tuvo frente a él.

─ Buenos días, Yuuri ─saludó su madre con una gran sonrisa─. ¿Cómo estás?

Y, como si se tratara de un niño pequeño en vez de un joven con la mayoría de edad recién cumplida, Yuuri rompió a llorar. Por suerte, aún era temprano y no había mucho que hacer en la posada, así que no tuvo que preocuparse de que extraños presenciaran su crisis de ansiedad.

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