13.- Olvido involuntario

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─¿Lo tiene?

Un pequeño grupo se encontraba reunido en una amplia y lujosa estancia. Se trataba de un grupo conformados por entre siete hombres y mujeres ataviados con trajes elegantes, algunos inclusive lucían espléndidas joyas. Aunque ninguno de ellos se comparaba con el hombre sentado en una lujosa silla forrada de terciopelo rojo, al lado de una ventana, que evocaba al trono de un rey.

El sujeto, cuyos ropajes eran más llamativos y finos que los del resto de sus compañeros esbozó una amplia sonrisa, deleitándose por las miradas ansiosas de los demás, y se tomó su tiempo para ponerse de pie y caminar con exagerada lentitud hacia un magnífico tapiz en la pared que en realidad cubría una puertecilla oculta. El hombre pasó su mano sobre ésta y un candado se materializó. Discretamente, se sacó una llave que colgaba de su cuello y la utilizó para abrir una caja fuerte que resguardaba un cofre.

El tipo sostuvo la caja de madera entre sus manos y murmuró algo en lengua desconocida. Luego, dio una serie de golpecitos rítmicos en la cubierta, sonriendo cuando se escuchó un "clic" que puso a sus invitados al borde de sus asientos.

─No fue fácil conseguirla y ha sido todavía más difícil conservarla. Los rumores se esparcen rápido y en los dos meses que la he tenido en mi poder, ya he sufrido de cuatro intentos de robo─explicó sin darle mucha importancia─Naturalmente, tuve que mejorar la seguridad. Son más sueldos a pagar, sin mencionar el gasto en los encantamientos protectores...

─¡Al grano! ─soltó uno de los asistentes sin ánimos de seguir esperando. Los demás le lanzaron miradas de reproche, en tanto que el anfitrión rió y los calmó con un ademán.

─La impaciencia es normal. Después de todo, no todos los días uno se encuentra frente a una auténtica reliquia.

Los otros se acercaron, manteniendo una prudente distancia del hombre del cofre. Y cuando finalmente lo abrió, exclamaciones de admiración y murmullos de asombro inundaron el lugar.

Colocado cuidadosamente sobre un cojincito de terciopelo, estaba un anillo de oro con forma de rosa roja. Era una alhaja extraordinaria. Resplandecía con luz propia y de la rosa, cuyos pétalos lucían tan suaves al tacto como los de una flor real, manaba un exquisito aroma.

─El anillo de Primavera─pronunció su dueño lo que los demás ya sabían, y su voz destiló orgullo.

Uno de los hombres reunidos, un anciano de larga barba blanca que vestía con una elegante túnica púrpura, se dirigió al anfitrión con una pequeña reverencia y le pidió permiso para tomar el anillo

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Uno de los hombres reunidos, un anciano de larga barba blanca que vestía con una elegante túnica púrpura, se dirigió al anfitrión con una pequeña reverencia y le pidió permiso para tomar el anillo. El otro asintió y le permitió que sacara la joya del cofrecito.

En lugar de levantarlo con sus manos, el mago lo hizo levitar sobre su palma, examinándolo con atención mientras el resto de los asistentes contenían la respiración, expectantes. El anciano pronunció una serie de complicados conjuros y alguien gritó cuando el anillo fue envuelto en llamas. El anfitrión esbozó una sonrisa confiada y al cabo de unos instantes, el fuego se extinguió sin que la joya presentara ningún daño.

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