-¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? - gritó incrédulo e irritado el hombre de ojos negros.-Ya me marchaba...
-¡Estabas detrás de la puerta, escuchando! - arremetió de nuevo lleno de ira.
-No, no estaba escuchando -contestó Mía atónita ante tanta agresividad.
De pronto lo reconoció y se puso completamente tensa. Nunca lo había visto antes, pero había un enorme e indecente retrato de aquel tipo en el vestíbulo de la planta baja. Aquella foto era el blanco de numerosas bromas y comentarios femeninos.
¿Por qué? Porque Adam Wells era terriblemente atractivo. Adam Wells, conocido popularmente como Adam, era el millonario Coreano, despiadado y falto de escrúpulos, que prácticamente se crió toda su vida en Estados Unidos y dirigía la Wells lnternational. De pronto Mía comprendió que se había confundido de puertas y se sintió enferma. Su empleo y el de Meg estaban en la cuerda floja. Tras Adam Wells apareció un hombre mayor de pelo cano. Al verla frunció el ceño y sacó un teléfono móvil.
-No es la mujer que limpia siempre esta planta, Adam. Voy a llamar a seguridad de inmediato.
-No hace falta -protestó Mía muerta de miedo-, yo sólo he venido a sustituir a Meg esta noche, eso es todo. Lo siento, no pretendía interrumpir... ya me iba...
-Pero tú no tienes por qué subir aquí -dijo el hombre mayor.
Adam Wells la escrutaba con mirada intensa, con ojos negros tan brillantes que la ponían nerviosa.
-Estaba escondida detrás de la puerta, Millar.
-Un momento, puede que pareciera que estaba escondida detrás de la puerta, pero ¿para qué iba a hacer eso? -argumentó Mía, desesperada-. No tiene sentido, yo sólo soy del servicio de limpieza. Comprendo que he cometido un error al venir aquí, y lo siento de veras, pero... me iré ahora mismo.
Una mano morena la agarró entonces, sin previo aviso, de la muñeca, obligándola a quedarse.
-Tú no vas a ninguna parte. ¿Cómo te llamas?
-Mía... es decir, Mía Blake... ¿qué estás haciendo? -gimoteó.Pero era demasiado tarde. Adam Wells le había quitado el pañuelo de la cabeza. Todo aquel cabello rubio platino cayó revuelto por los hombros. Él le bloqueaba el camino. Mía, sintiéndose amenazada por aquella muralla humana, miró para arriba. Sus ojos verdes se toparon con otros negros e insondables. Mía sintió que el corazón le daba un vuelco. Sentía una extraña sensación de mareo, la cabeza le daba vueltas. El irritado escrutinio de él se había convertido en una mirada provocativa y sexy.
-No pareces una mujer de la limpieza, yo nunca he visto ninguna igual -dijo él al fin en un tono de voz duro y profundo.
-¿Y has visto muchas? -inquirió Mía sin comprender hasta más tarde lo impertinente de su pregunta.
Lo cierto era que ella no había sido la primera en atacar. Los ojos de él expresaban sin ningún género de dudas aquella actitud masculina arrogante y sexualmente excitada que Mía tanto detestaba.
-Mía... hay una Mía Blake en el servicio de mantenimiento - intervino el hombre mayor al que el otro había llamado Millar -. Pero se supone que trabaja en la octava planta, y el servicio de seguridad no le ha concedido ningún permiso para subir aquí. Voy a ordenar al supervisor que venga inmediatamente a identificarla.
-No, deja ese teléfono. Cuanta menos gente se entere del incidente, mejor. Toma asiento, Mía. -añadió Adam soltándole la muñeca y acercándole una silla.
-Pero es que yo...
-iSiéntate! -gritó él como si estuviera tratando con un animal doméstico al que tuviera que adiestrar.
Mía, atónita ante aquella forma de dirigirse a ella, se dejó caer sobre la silla con la espalda rígida y el corazón acelerado. Había entrado donde no debía, pero se había disculpado. Lo había hecho todo excepto arrastrarse por el suelo, reflexionó resentida. ¿Por qué tanto jaleo?
-Quizá quieras explicarme qué estás haciendo en esta planta, por qué has entrado en este despacho en particular y por qué te has escondido a escuchar detrás de la puerta -dijo Adam con dureza y precisión.
Hubo un silencio. Mía se preguntó si serviría de algo echarse a llorar, pero aquellos ojos negros paralizaron su corazón. Aquel hombre la trataba como si hubiera cometido un asesinato, así que lo más inteligente era ser sincera.
-He estado teniendo problemas con un ejecutivo que trabaja siempre hasta tarde en la octava planta -admitió Mía inquieta.
-¿Qué clase de problemas? -preguntó Milllar. Adam dejó que su intensa y negra mirada vagara provocativa por la diminuta y tensa figura de Mía, deteniéndose sobre los pechos moldeados por el delantal, y las largas y perfectas piernas. Luego sonrió y torció la boca mientras un mortificante rubor subía a las mejillas de ella y coloreaba su blanca piel.
-Mírala, Millar, y luego dime si todavía necesitas que te explique de qué tipo de problema se trata -intervino Adam.
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¿Amor o Error?
RomanceMía trabaja durante el día en una librería cuyo propietario es un hombre mayor que quiere retirarse. Ella desearía comprar la tienda y para eso, por las noches trabaja como aseadora en una gran empresa. Una noche le pide el cambio de planta a una...